Conviene echar abajo el mito. Acabar con ese cliché heredado de viejecita hacedora de magdalenas y proveedora de aguinaldos. Hay mucho más. La psicóloga y feminista Anna Freixas (Barcelona, 75 años) se ha propuesto revisar lo que entendemos por ancianidad e ir al centro mismo del estigma, ese que invisibiliza y anula a las mujeres cuando exceden una determinada edad.

Nadie puede rebelarse ante el paso del tiempo. Poco o nada se puede hacer frente a la finitud del viaje. Nos queda, eso sí, la posibilidad de mantener el rumbo hasta el final, de ser libres pese a los achaques y las imposturas sociales. De eso va Yo, vieja. Apuntes de supervivencia para seres libres (Capitán Swing), una suerte de manifiesto que reivindica que otra vejez es posible.

Se trata, en esencia, de una serie de propuestas de resistencia para una nueva generación de ancianas. «Muchas de las que llegamos a viejas lo hacemos con un importante equipaje a nivel cultural, social y político, y esto debe ser tenido en cuenta», apunta Freixas. Una reivindicación que no pretende ser airada, tampoco aleccionadora, sino «elegante, lúdica y divertida».

«Pretendo poner el foco sobre algo que está difuminado, como si fuera un espacio vacío, he querido iluminarlo y mostrar la vejez como una etapa de la vida en la que podemos vivir de manera afirmativa, confortable e interesante». Una etapa que no afecta por igual a hombres y mujeres, como si la neblina de la indiferencia se cebara especialmente con ellas.

«Esa neblina de la que hablas afecta tanto a hombres como a mujeres, lo que pasa es que sobre nosotras se cierne 15 o 20 años antes, y esto es fruto de esa cultura patriarcal que considera que las mujeres somos mujeres mientras tengamos la regla, es una consideración patriarcal del valor de las mujeres como seres estrictamente reproductivos», lamenta Freixas.

Salir de ahí no es tarea fácil. Eludir ese rincón social pasa por visibilizar lo que hasta ahora quedaba oculto. En plena tiranía de la juventud y de la imagen, reivindicar lo añejo puede ser incluso revolucionario, como un antídoto ante lo efímero de nuestros días. La vacuidad de la bisoñez frente a ese río de experiencia que marcan las arrugas.

Aunque para Freixas todo es mucho más sencillo; se trata básicamente de normalizar la vejez. «Tenemos que tratar la vejez como algo que forma parte de la vida, es un proceso natural y deseable, porque lo contrario es que te has quedado por el camino». Y entendemos que nadie quiere quedarse por el camino, en esto es probable que haya un cierto consenso.

«Tenemos que huir de esa autoexclusión, del famoso yo ya estoy mayor para…, hacernos visibles frente a ese empujón hacia la nada, tenemos que participar de la vida política, cultural, social y comunitaria, y si me apuras que esa autoexclusión sea un ejercicio de libertad, es decir, renunciar a determinadas cosas motu proprio y no consecuencia de un estigma social», explica Freixas.

Así las cosas, no queda otra que adentrarse en el calendario de la vida con toda la dignidad que podamos proveernos, una dignidad que, dicho sea de paso, no siempre corre exclusivamente de nuestra cuenta. «La dignidad es algo que yo ejerzo sobre mí misma, es decir, sobre cómo me comporto, y si yo parto de ser una vieja digna, exijo a la sociedad que me otorgue el respeto y la dignidad que me pertenecen».

¿Y qué es ser una «vieja digna»?, quizá se pregunten. Freixas lo tiene claro: «Ser una vieja digna es ser un vieja que respeta su mente, que asume su cuerpo y no lo tortura más de la cuenta, que ejerce su libertad sin pedir perdón por existir. Mi hermana suele decir, mira yo ahora es que ya no me dejo pisar… Eso es ser una vieja digna, en cuanto notas que te dan un pisotón por ser vieja, alzar la voz», remacha la autora.

Juan Losa
Publicado en Público