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Biden-Harris

Reconozco que me ha emocionado el tándem Biden-Harris en sus declaraciones durante el recuento electoral y, muy especialmente, en la toma de posesión.

Lo que no consiguió Biden en campaña, cuyo perfil anodino hacía que lo apoyáramos por ir “contra” Trump, pero no “a favor” de Biden, lo ha conseguido en el momento que hizo sus primeras declaraciones. Ahora pienso que la estrategia funcionó.

Tanto Biden como Harris mostraron todo el tiempo un perfil bajo, a veces incluso inexistente, frente a las astracanadas de Trump. Biden se le vio durante la campaña excesivamente pasivo, mientras que Harris, de la que esperábamos la fuerza que no veíamos a Biden, empezó a titubear, rebajar su discurso, aplanar su perfile político. Y, visto en la lejanía, pensábamos que el tándem no funcionaría o no llegaría frente a un buldócer como Trump. Afortunadamente, no ha sido así.

Seguramente, EEUU necesitaba una campaña no agresiva, porque de ello ya se encargaba Trump, sino una apuesta por la moderación, la tranquilidad, la huida de la crispación, la sensatez. Y seguramente, eso es lo que Biden debía mostrar para ganarse a un electorado indeciso y decisivo que debía cambiar su voto de un exagerado Trump a un paciente Biden. Seguramente, un extremismo hubiera supuesto mayor polarización de votos de lo que se ha producido y entre dos “locos” chillando no habría razones de cambio. Seguramente, si Harris hubiera surgido como una “feminista, izquierdista, negra” tampoco se le hubiera tenido en cuenta como vicepresidenta y futura presidenta de EEUU.

Es cierto que Biden no es ningún extremista demócrata ni que su perfil es el de un hombre aguerrido. No ha cambiado. Pero sí se ha demostrado en sus primeras acciones y declaraciones como alguien solvente, eficaz, paciente, convincente y con las ideas muy claras. Y Harris, con una impagable sonrisa y elegancia, ha mostrado en sus primeras palabras su discurso más feminista y humano.

Las campañas electorales de EEUU y las nuestras no tienen similitud. Funcionan a la inversa. En España, las campañas sirven para polarizar posiciones, aunar a los nuestros, diferenciarse al máximo del contrario, extremar discursos, situarse en las antípodas; y luego, el discurso va rebajando fuerza, se moderan acciones, se negocia, se “gobierna”.

En cambio, lo ocurrido en EEUU ha sido diferente. Da la impresión, y así lo deseo, que “el perfil fuerte” (sin exagerar) llega ahora: desde el gobierno.

Hay dos graves inconvenientes: uno, que el Senado sigue en manos de los republicanos y Biden tendrá las manos atadas si no consigue convencer al partido republicano que debe soltar amarras de la familia Trump (padre e hijo), puesto que su futuro como partido no está en esa familia. Aunque algunos también pensamos en su momento que Bush hijo no tenía nada que hacer con su hoja de deméritos y llegó a presidente de EEUU (esas debilidades que tiene la democracia). Dos, que Trump ha obtenido más de 70 millones de votos, más que la vez pasada, ya que la movilización ha sido enorme, y ha beneficiado a los dos candidatos; el número de votos de Trump hay que tenerlos en cuenta. Y creo que a Biden no se le escapa.

EEUU está dividida, polarizada. Lo que indica que el malestar social, los problemas, el odio interno, el simplismo y la demagogia, junto con las fake news, están ahí, y hacen mella en las votaciones, donde se escoge a un “antisistema”, porque se le ve como provocador, aunque sea paradójicamente el elemento más turbio y sucio que escapa a las reglas democráticas. Ahí vemos a Trump despidiéndose con el peor estilo posible.

Tampoco olvidemos que esa polarización de votos es fruto del sistema electoral norteamericano. Bipartidismo, dos opciones, dos partidos, dos candidatos: ninguna pluralidad de opciones. O se vota A o se vota B. Y además, con un sistema de concentración de congresistas donde la mayoría más uno recoge el total de votos de un Estado. Un sistema electoral que favorece un escenario de división.

Dicho todo eso, el mundo ha respirado. Con Biden se abre otra etapa que quizás no sea aquella ilusionante que supuso Obama, pero que se aleja a pasos agigantados de la barbarie “trumpiana”.

Y, lo más probable, es que también ayude a desinflar a aquellos que veían en Trump una forma de hacer política: negacionistas, demagogos, ultraderecha, ….

Crucemos los dedos y esperemos que se instaure una época política pacífica, dialogantes, de consensos, que buena falta hace para resolver los problemas globales.

Ana Noguera

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