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Carmen Alborch: »Lo importante es saber llevar las arrugas con dignidad»

Conversar con la ex-ministra de Cultura más popular de nuestro país, que puso tan alto el listón de la eficacia y la popularidad que ha sido imposible igualarla, es un canto a la vida, como bien lo demuestran las reflexiones que hace sobre la edad, la experiencia, los amores y cómo no, la política.

¿Qué tipo de vida lleva una mujer tan activa como usted?

Vengo a Madrid a citas puntuales, al teatro, a exposiciones, me gusta porque aquí tengo un grupo de amigos y amigas con los que me reúno para ponernos al día de lo que ocurre en el mundo pero, sobre todo, sobre lo que ocurre en nuestras vidas. Como estoy en el Patronato del Monte Madrid y en el del Teatro Real, eso me obliga a tener cierta presencia en lo que organizan.

¿Siente morriña de su época como política?

El compromiso político lo tengo, pero morriña no siento porque he estado suficientes años en política como para sentir que la hoja de ruta la tengo repleta, aunque nunca terminas de despegarte de la política.

¿Fue difícil el tránsito a la vida civil y universitaria?

No lo fue, porque ha sido una decisión libremente elegida. Hay un momento en el que tienes que pensar que volver a presentarte no es rentable, ni política ni socialmente porque tiene que haber una renovación, lo que no quiere decir que sea siempre de gente más joven, no, pero sí que hay que dejar paso a otras personas. Con el tiempo vas cerrando círculos. Y el mío era volver a la Universidad a integrarme en el espacio del que salí y en el que estuve mucho tiempo.

¿Cómo la acogieron sus antiguos compañeros?

De maravilla, muy bien, muy bien, son palabras de gratitud, pero palabras sinceras.

Y en esta etapa, ¿cuáles son sus prioridades?

Primero cuidarme, descansar, tener de verdad más tiempo libre y buscar el equilibrio entre el descanso, el recogimiento, y hacer lo que me piden, como presentar libros, dar conferencias, participar en mesas redondas y, por supuesto, ir al cine sin prisas. En definitiva, cultivar más la libertad.

¿Tiene la impresión de que ha dedicado mucho tiempo a lo profesional?

Y siempre deprisa y corriendo, ahora bien, tengo que decir que ha sido fundamental contar con buenos equipos, como yo he tenido. Me lo decía un ex colaborador hace unos días: a ti, Carmen, parecía que lo único que te preocupaba era estar a tiempo completo allí donde estuvieras.

¿Y era así?

Sí, también me ocurre con las amigas, si estoy con una amiga eso es lo más importante, y lo digo porque aunque he ido siempre muy deprisa, le he dedicado mucho tiempo a los afectos y a los amores.

Agustín Zaragoza, ex alumno suyo dice: los 70 no son nada. ¿Es así como se siente?

Sí, porque ya he sido joven, tú también, y no podemos vivir con la añoranza o la melancolía de otros tiempos. Y te voy a decir una cosa: a veces, cuando veo a los jóvenes me da pereza, porque aunque soy muy vitalista también reconozco que la vida exige un gran esfuerzo. Todo cuesta mucho, estudiar, sacar buenas notas, salir elegida diputada o senadora, yo ya he hecho todo eso. Decía Rita Levi-Montalcini que lo peor es tener arrugas en el cerebro.

Estoy totalmente de acuerdo.

Lo importante es saber llevar las arrugas con dignidad, si estás guapa, mejor, pero si algo hemos aprendido las mujeres de nuestra generación es que la belleza es diversa.

En «Los placeres de la edad» hace un canto a la libertad en tiempos difíciles.

Es verdad que no fueron años fáciles los que vivimos antes de la Transición porque teníamos muchas dudas sobre el camino a elegir, pero al final sabíamos lo que queríamos. Incluso aprendimos a decir lo que no queríamos hacer. En eso consiste la libertad, en decir claramente que no te identificas con determinados papeles. Por otro lado, teníamos muy claro que hay caminos que son los de la dignidad, la libertad, que queríamos recorrer procurando ser una persona con autonomía profesional y económica. No depender de nadie era fundamental.

¿Contra qué o quiénes se rebeló en su juventud?

Contra todo, primero porque teníamos muchas preguntas que hacer, en mi caso a las monjas del colegio en el que estudiaba, y ellas contestaban con vaguedades que daban lugar al por qué.

¿Las recuerda con cariño o acritud?

Les estoy muy agradecida a las esclavas del Sagrado Corazón, porque nos estimulaban a estudiar, aunque fuimos pocas las que seguimos carreras universitarias. Después, el calado de profundidad es que fuéramos buenas madres y esposas. Eso era lo fundamental…

No parece que les hiciera mucho caso.

No, pero de lo que se trataba entonces y ahora es no buscar el enfrentamiento, porque el enfrentamiento es muy agotador. Intentábamos buscar los vericuetos para conseguir la libertad porque todo estaba prohibido. Incluso llevar leotardos, que yo me ponía en el portal de mi casa, y con los chicos tampoco hacías lo que te decían los padres.

Usted se casó.

A los 25, porque además de querer a mi pareja era un acto de liberación del hogar paterno. El resultado es que, aunque con mucho esfuerzo, sí hemos hecho lo que hemos querido y, lo más importante, nuestros padres han estado orgullosos de nosotras, porque como ellos no pudieron estudiar una carrera sí nos dieron la oportunidad de que lo hiciéramos sus hijos.

 ¿Estamos en deuda con la generación de nuestras madres?

Por supuesto que sí, porque ellas a veces con su silencio nos enviaban mensajes de que estudiáramos, de que tuviéramos una buena formación, cosa que les he agradecido, porque al final lo más bonito es reconciliarte con ellos cuando ya son mayores.

Cuando los hijos nos convertimos en padres de nuestros padres.

Así es. Eso es precioso y muy emotivo, porque la vida te da la oportunidad de ir cerrando círculos, de devolverles lo que te han dado, y sentirte bien con ellos.

Suele hablar de la soledad elegida.

Yo creo que la soledad exige un aprendizaje y que más vale estar sola que regular acompañada. Ahora bien, vivir con amor es mejor que vivir sin amor, lo digo porque a veces piensan que soy muy solitaria, no. Yo he tenido pareja y amores y he seguido viviendo sola.

Y de los buenos amigos, fundamentales en su vida.

Tener a quien llamar cuando te sientes mal, poner el hombro para que llore alguien en un momento determinado o dar un abrazo y comprensión a quien lo necesita, es fundamental.

Se ha emocionado.

Soy muy emotiva pero hablar de estas cosas es indudable que me emociona, porque sinceramente creo que soy muy buena amiga. Mis amigos saben que siempre estoy ahí cuando me necesitan, incluso para verles. Es algo recíproco porque amor con amor se paga. Y esto es incompatible con la nostalgia, con la melancolía, con el querer ser joven cuando ya no lo eres.

¿Somos el resultado de lo que hemos vivido?

Sin duda, porque cuando hablamos de la vejez, hay vejeces y vejeces.

¿Cómo vivió su época de ministra de Cultura?

Yo siempre había estado implicada en ese mundo porque tengo amigos como Francis Montesinos, creadores de la moda de Valencia, que formaban parte de mi vida cotidiana.

A muchos artistas les dio una visibilidad que no tenían.

Bueno, en eso traté de ser yo misma. Por ser ministra de Cultura no tuve que dejar de ser cómo era ni travestirme, lo que no impidió que me encontrase algunas barreras que tuve que saltar. Yo, igual que tenía amigos diseñadores, tenía amigos pintores, artistas con los que me sentía muy cómoda.

Con su estilo cambió la imagen de las políticas.

Pero no lo hice premeditadamente, lo hice porque igual que el Derecho y la política son fundamentales en nuestras vidas, la creatividad también. Hay vanguardias que cambian la sociedad igual que la política.

¿De qué se siente orgullosa de su paso por la política?

De la Ley del Cine, porque salió adelante por la complicidad del cine español y europeo, y de la que me siento muy orgullosa porque en aquel momento no se reconocía al cine español, donde tanto talento había. Tuve la suerte de contar con amigos como José Luis Borau o con Fernando Rey cuando fuimos a pedirle dinero a Alfonso Escámez para los Goya. Somos de una generación muy entusiasta.

¿En qué sentido?

Sabíamos que todo estaba por hacer en el mundo de la cultura, de las libertades, de la igualdad, y eso te daba energía para seguir e intentar cambiar las cosas.

Ahora, ¿cómo ve el panorama español?

Hay mucho talento entre los creadores y las creadoras, en la literatura, en el cine, en el arte en general, aunque claro si hay que pagar el 21% de IVA, o aplican recortes en la investigación, no avanzamos. Hay que elegir entre la cultura o la barbarie.

¿Por qué no se hace?

Siempre ha habido resistencia a imitar el modelo francés, algo que sí hicimos los gobiernos socialistas cuando implantamos el ministerio de Cultura, precisamente porque tenía que haber una persona que se sentara en el consejo de ministros a defender y apoyar la cultura.

En igualdad no hemos avanzado demasiado, ¿no le parece?

Vamos dando pasos, logrando cositas, aunque a veces tengamos la sensación de que puede haber retrocesos. La respuesta de las jóvenes con el tema de «la manada», o las manifestaciones contra la violencia, ha sido impresionante, porque hay momentos dramáticos, por eso es tan importante la cultura y la educación.

Sin embargo, hay estudios que no invitan a la esperanza.

Tienes razón, sobre todo los que señalan el alto porcentaje de chicos y chicas que consideran que los celos y la posesión son una muestra de amor, cuando es todo lo contrario y contra lo que hemos luchado. El amor sólo se puede entender desde el respeto y la igualdad.

¿La crisis ha influido en este retroceso?

Puede ser la excusa, porque sí hay parejas que han querido separarse y no han podido hacerlo por el tema económico. Por eso es tan importante tener claras las prioridades e invertir más en educación. La educación no es un gasto, es una inversión.

¿Algún consejo a las jóvenes?

Ser mujer es muy importante, y los hombres tienen que aprender. Nosotras hemos hecho un recorrido importante, en busca de nuestra libertad y el respeto, pero ellos tienen que hacerlo. Los hay que lo hacen y se lo reconocemos, pero no son tantos.

¿Quién es ella?

Nació en Castelló de Rugat, Valencia, el 31 de octubre de 1947. Es la mayor de cuatro hermanos.

Estudios: Cursó Derecho en la Universidad de Valencia. Se licenció en 1970 y se doctoró cum laude en 1973.

Política: Su pasión por la cultura la llevó a ser directora de Cultura de la Generalitat valenciana y directora del Instituto Valenciano de Arte Moderno. En 1993, Felipe González la nombró ministra de Cultura, pese a que no militaba en el PSOE. Fue diputada y senadora, y candidata a la alcaldía de Valencia.Actualmente vive en Valencia, donde da clases de Derecho Mercantil en la Universidad, donde fue Decana.

Libros: Es autora de numerosos libros sobre la mujer: «Solas, gozos y sombras de unas manera de ser», «Malas, rivalidad y complicidad entre mujeres», «Libres, ciudadanas del mundo», y el último, «Los placeres de la edad», de la editorial Espasa libros.

Premios: Ha recibido el de Dama Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III, y Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, entre otros.

Familia: Se casó con el sociólogo Damià Mollà y se divorció. No tiene hijos.

En pocas palabras

¿Le gusta la Navidad?

Sí, los excesos, no. En Nochebuena cené con amigos, en Navidad vino mi familia a merendar a mi casa. Y Nochevieja iré a algún sitio.

¿Le gusta cocinar?

Sí, no se me da mal. Me gusta reunirnos en Reyes porque repartimos los regalos, y eso nos une mucho.

¿Qué prenda salvaría de su armario?

Un traje que tengo de Miyake, plateado, precioso, me lo puse cuando vinieron los emperadores de Japón, y cuando cumplí 50.Carmen Alborch

Su foto favorita

 «En esta foto, tomada en septiembre de 1991, estoy en mi despacho del IVAM. Me gusta porque fueron tiempos creativos y felices»
Rosa Villacastín
Entrevista publicada en DiezMinutos

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