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El día después

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Espero que Europa no olvide fácilmente el bárbaro atentado contra la libertad de expresión que hemos sufrido en Francia esta última semana.

Después de la tragedia, hemos podido ver a nuestra Europa reconciliándose con sus orígenes del pensamiento liberal y la autonomía de la razón y la crítica, como bases principales para la libertad del individuo. La mejor lección la han dado los ciudadanos que han estado a la altura de las manifestaciones, los silencios o los gritos de libertad, y un cierre de filas con una firmeza y claridad sorprendente.

Ahora bien, la segunda parte deben realizarla los gobiernos europeos. No sólo nos sirven los gestos y las lamentaciones para mantener unido y creíble el proyecto de Europa, sino también la configuración que se está construyendo: una Europa cada vez más dividida, más clasista, y menos reconocible.

Quienes practican la barbarie, la locura y el asesinato será imposible que encuentren en leyes, constituciones y derechos, la senda por la que caminar, puesto que su locura anida en otra dimensión. Pero la gran mayoría de los ciudadanos, quienes han salido valientemente a defender la libertad de expresión, a comprar la revista Charlie Hebdon como señal de compromiso, necesitan sentir que Europa nos respalda.

Una Grecia que se desangra; un Portugal que parece olvidado en el extremo del continente; España sin levantar cabeza viendo cómo se malogra el futuro de toda una generación; Francia sin encontrar salida a la crisis, con un socialismo desorientado, con una tercera generación de franceses que no saben qué son ni a quién pertenecen, y con una extrema derecha creciendo peligrosamente con discursos xenófobos y peligrosos; y una Alemania que se atrinchera en su sinrazón económica, levantando fronteras de incomprensión e insolidaridad, mientras que la desigualdad se acrecienta a golpe de euro.

Como bien dice Ramoneda, el ritual ofrecido esta semana ha sido más que imprescindible para que Europa se reencuentre, para que recupere su razón y su ubicación en un mundo cada vez más complejo y más confuso. Pero ahora viene el día después.

Y hay que seguir defendiendo la libertad, no sólo de palabra, sino con hechos, con medidas, con garantías legislativas, con igualdad y capacidad para ser libre. Y hoy, los europeos son mucho menos libres que eran antes: la falta de trabajo, la angustia, la moderna esclavitud de un trabajo que no es suficiente para vivir, la emigración obligada, la ruptura de familias, la pobreza de países, la pérdida de derechos y el miedo. Como decía Karl Marx, en la base económica se encuentran las raíces de nuestra libertad. Porque Europa no está hablando solamente de una libertad de papel, o del interior de uno mismo, habla de la libertad que construyen las sociedades protegiendo la individualidad, otorgando a los ciudadanos los derechos para desarrollar su autonomía, porque resulta imposible vivir libre si no hay para comer.

La política económica que está llevando Europa desde el inicio de la crisis nos está haciendo a muchos países más pobres, más humillados, menos dignos, menos felices, menos libres. Y, cada vez, se agranda más y más la brecha de la desigualdad dentro y fuera de las fronteras; se busca en la economía no el reparto equitativo de la riqueza, sino el lujo desmedido para unos pocos en detrimento de la gran mayoría.

A veces, cuando nos asomamos al mundo, tengo la impresión de que no lo estamos haciendo bien, que estamos un poco locos, que bordeamos líneas rojas de incomprensión e intolerancia, que hemos confundido las prioridades, que Europa también se ha atrincherado en “verdades absolutas” que provienen de una Economía manipulada e ideologizada.

Estamos sentados encima de un polvorín que desarrolla locuras, odios, terrorismo, enemistades e intereses.

Después del atentado, los ciudadanos hemos defendido con uñas y dientes a nuestra madre Europa, pese a que ella parece haber olvidado la pluralidad de sus hijos y sus necesidades.

Ana Noguera.

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