ConferenciaEsperanza, Compromiso y Juventud; de Perú a Madagascar

Charla-coloquio “Esperanza, Compromiso y Juventud, de Perú a Madagascar”

Intervención de Carlos Gómez

20 Junio 2014

Yo no entiendo el mundo. No lo comprendo. Y cada vez que sé más, que estudio más y que conozco más, me doy cuenta de que entiendo mucho menos el mundo. Supongo que será porque soy joven y estoy cargado de utopía y dentro de esa utopía no me cabe este mundo.

Yo soy un chico normal, absolutamente normal. Tengo 25 años, soy maestro de educación Primaria, y soy tan normal que me llamo Carlos Gómez García. A Federico Mayor Zaragoza yo siempre le digo que no entiendo por qué me está ayudando porque yo no soy nadie.

En realidad simplemente soy una persona joven que le preocupa su mundo, que le preocupa mucho, que tiene demasiados sueños y que cuando anda por la calle intenta mirar lo que le rodea. Qué importante es esto, intenta mirar la ciudad, a las personas, a la gente que lo está pasando mal; siempre con los ojos del inconformismo. Y eso me quita el sueño, eso de no entender el mundo no es sencillo si estas obsesionado por entenderlo.

Sí, lo reconozco, soy joven, realmente inocente y podríamos decir que antisistema. ¡Qué preciosa palabra y cuantas connotaciones negativas lleva detrás! ¿Cómo no voy a ser antisistema? Pero si mi sistema ha decidido que las 85 personas más ricas del mundo acumulen más dinero que los 3700 millones de personas más pobres. Eso es la mitad de la población mundial, nada más y nada menos. ¿Cómo no voy a ser antisistema? Pero si el mundo gasta en investigación militar 5 veces más de dinero que en investigación médica ¿Cómo no voy a ser antisistema? Si ahora mismo hay 891 millones de personas desnutridas en el mundo. Si cada día mueren 40 000 personas de hambre. Pero, ¿qué cifras son estas? De verdad, ¿qué cifras son estas? ¿Cómo no voy a ser antisistema? ¿Cómo voy a entender el mundo? Que palabra tan bonita pues, si la cargamos de connotaciones positivas. Y tenemos la oportunidad y la capacidad de hacerlo.

Soy joven, somos jóvenes, y tenemos una gran capacidad para la creatividad, para la propuesta, no tanto para la reflexión, pero si la energía para la acción, y qué bonita es esa capacidad para luchar que tenemos los jóvenes desde nuestra pasión, a veces desde los errores, le reconozco firmemente; pero es indudable que nuestros errores y nuestros aciertos empujan y moldean el mundo. Un nuevo mundo.

Charla-coloquio “Esperanza, Compromiso y Juventud, de Perú a Madagascar”

Soy joven, somos jóvenes, y por tanto somos protagonistas de nuestra sociedad. Y no nos debemos limitar a protestar en las calles, a levantar nuestros libros para reclamar cambios, a criticar las medidas que tanto nos afectan; debemos sostener nuestros gritos y nuestros brazos, en un cuerpo firme y sobretodo comprometido. Y por eso estoy hoy aquí, porque siento que tengo un gran compromiso como protagonista de nuestra historia. Porque me preocupa el presente, pero mucho más el futuro que no veré. Porque somos nosotros los jóvenes, los que mañana vamos a tener que tomar decisiones. Esto es muy importante. Seremos los pequeños empresarios que decidirán cómo tratar a sus trabajadores, seremos los directores de las sucursales de un banco que decidirán si vender preferentes o no, los alcaldes y alcaldesas que tomarán decisiones cruciales en sus pequeños municipios; pero sobretodo, seremos los ciudadanos que decidiremos si aceptar lo que sucede en la sociedad o no; y esos somos los jóvenes, y es ahora cuando formamos y nos formamos en este tipo de actitudes e ideologías, por tanto, es ahora cuando debemos estar más activos y ser más críticos para después saber encauzar nuestra protesta en acciones que de verdad cambien el mundo.

La alta política ya no se hace en los congresos, ni en las cortes, tampoco en las grandes instituciones; la alta política se hace en las calles, y se hace a través del ejemplo. Y es indudable que cada vez más la política se aleja de las personas, de las calles, de los espacios públicos, del verdadero sentir de una gran mayoría -poco interesante-. Los líderes políticos hablan de desarrollo pero solo en términos económicos. Entienden el desarrollo como crecimiento de la economía y todas las decisiones se centran en la economía, y el verdadero desarrollo debería priorizar a las personas y también al medio ambiente. Desarrollo humano, desarrollo de todos los seres humanos. Desarrollo de la especie humana. No se puede pensar como especie si tan solo pensamos como individuos.

Charla-coloquio “Esperanza, Compromiso y Juventud, de Perú a Madagascar”

La alta política se deshumaniza pues, se aleja de las cuestiones más fundamentales para intentar atacar a cuestiones que se desarrollan en el corto plazo. Un corto plazo muy peligroso pero muy efectivo en las urnas. Es así como la voluntad del pueblo tiene la vida muy corta, tan corta como un día. La codicia individual se antepone a la verdadera democracia y esto nos nubla notablemente la vista y nos anuncia un futuro de unos pocos. Y permítanme que haga hincapié, la alta política se aleja de los jóvenes.

El mundo se globaliza y esto supone una maravillosa oportunidad pero también una gran amenaza. No se puede controlar la globalización si nuestro pensamiento no es global. No se puede aprovechar la globalización priorizando el crecimiento de los flujos económicos, de las relaciones comerciales, dejando a un lado la globalización como herramienta para mirar por todo el planeta, por todos los seres humanos, por todos nuestros recursos y por nuestro medio ambiente. No se puede entender la globalización si nuestro planeta se divide en norte y sur. Parece que no lo entendemos, o mejor, no queremos darnos cuenta, pero tres cuartas partes de nuestro mundo, viven en ese sur que llamamos subdesarrollado. En lugar de gobernar la globalización, ésta nos está gobernando a nosotros. Y el concepto de ciudadanía global está cerca de dejar de ser una posible fortaleza para ser una prioridad y una urgencia si queremos seguir respirando aire limpio y bebiendo agua potable. Los mal llamados pobres del mundo, no se engañen, no son de Madagascar o de la sierra peruana, son de toda la humanidad, y es la humanidad la que globalmente debe comprometerse. Y es que el ser humano debe ser interdependiente. La tolerancia es la herramienta para crear el sentimiento de verdadera interdependencia. No tenemos un sentimiento de interdependencia y eso nos hace tener un campo de visión muy limitado. Y esto nos interesa a los del norte, pero es que estamos hablando de seres humanos. Y nuestras acciones repercuten en ese sur donde tan solo vemos oportunidades económicas. Donde tan solo vemos legislaciones débiles, salarios reducidos, flexibilidad económica, recursos minerales, materias primas y abundante mano de obra. Pero lo que hay detrás son seres humanos, como nosotros, igual que nosotros. Y esto, ¿es tan difícil de ver? Esto, ¿es tan difícil de comprender? Seguramente es fruto de mi juventud pero no logro entenderlo.

Pero reduzcamos la escala, pensemos en nuestro entorno más cercano

En nuestro país. Un estudio de la oenegé Oxfam Intermón nos dice que los 20 españoles más ricos acumulan 77.000 millones de euros, y eso es más de lo que tiene el 20% de las personas más pobres. Somos, junto con Letonia, el país europeo con más desigualdades. Uno de cada cinco españoles (el 20,4%) vive por debajo del umbral de pobreza según los datos del Instituto Nacional de Estadística. Este problema afecta mucho a los niños, siendo la Comunidad Valenciana una de las comunidades con mayores problemas de acceso a la alimentación mínima. Esto no son datos de Madagascar, ni de la sierra peruana, esto son datos de nuestro país. De nuestro mundo que llamamos desarrollado. Y ante estos datos no podemos apartar la mirada. Sin embargo nuestras políticas se centran en cosas muy distintas. Se centran en establecer mecanismos de supuesta seguridad ciudadana, en tomar decisiones en nombre de las mujeres, en rescatar a las entidades financieras, en reducir las becas de los que queremos seguir formándonos en las universidades, en eliminar líneas en valenciano de los colegios públicos, en acumular a los enfermos en los pasillos de los hospitales, en recortar las subvenciones a las oenegés y asociaciones que luchan por cambiar el mundo, en matar la cultura de nuestro país con un IVA inasumible. Seguro que esto se puede calificar como demagogia, sin duda. Pero para mí demagogia es hablar de la movilidad exterior de los jóvenes que no encuentran trabajo en nuestro país, demagogia es intentar convencernos que ya hemos pasado todos los problemas y las dificultades. Demagogia es justificar los propios errores sin asumirlos. Para mi demagogia es decir mucho y hacer muy poco.

La solemne declaración de los derechos humanos nos dice en su primer punto que todos nacemos libres e iguales

Supongo que será porque soy joven y no entiendo el mundo, pero mi corta experiencia me dice que no somos ni libres ni iguales. No podemos hablar de libertad cuando ponemos concertinas en nuestras fronteras para que nadie las cruce libremente. No podemos hablar de libertad cuando a una mujer no se le permite decidir sobre sobre su propio cuerpo. No podemos hablar de igualdad cuando desahuciamos a miles de familias de sus casas al mismo tiempo que rescatamos a las entidades financieras privadas que han hecho mal su trabajo. Y no podemos hablar de igualdad cuando unos pagan con la cárcel sus malas acciones y otros pagan y no entran en la cárcel por robar a los más necesitados.

La alta política se deshumaniza pues, no cabe duda. Repito, estoy seguro que todo esto se puede llamar demagogia, pero lo triste, lo verdaderamente triste, es que es lo que está sucediendo. Y me atrevo a decirlo porque al mismo tiempo me atrevo a combatirlo, y a comprometerme para cambiarlo.

Por tanto, cuando intento entender el mundo, me planteo una y otra vez, y también os planteo a vosotros: ¿Se puede ser feliz en un mundo tan injusto?

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