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Esto decimos las feministas

Se puede estar o no de acuerdo con las alegaciones que muchas feministas le hacemos a la llamada «ley trans», pero no es de recibo que se nos imputen actuaciones, posiciones, palabras que no son las nuestras.

Nosotras defendemos que las personas, sus derechos, sus sentimientos, sus formas de ser y estar en el mundo han de respetarse. Lo exigimos para todo ser humano. Es, además, lo que estipula la legislación vigente de nuestro país.

¿Necesitan ciertos colectivos que se consideran particularmente desfavorecidos, indefensos o vulnerables (transexuales, refugiados, lesbianas, gays, personas con alguna discapacidad o pertenecientes a etnias minoritarias, etc.) una protección especial? ¿Necesitan leyes que puntualicen aspectos que les son propios, los protejan de manera específica contra las agresiones y sancionen a quienes los humillen y maltraten? Las feministas NO NOS OPONEMOS.

Pero, las feministas, como muchas otras personas, pensamos que ese amparo, de ninguna manera implica que baste con una autodefinición para, de facto, pertenecer a un grupo que precise atención especial. Nadie puede autodeclararse discapacitado, nadie puede autodeclararse huérfano desprotegido, nadie puede autodeclararse refugiado, nadie puede autodeclararse en paro… En fin, poder, si puede, pero, el reconocimiento legal precisa de ciertos requisitos.

Este proyecto de «ley trans» permitirá, sin embargo, que con la autodeclaración sea suficiente. Un privilegio que no tiene nadie más. Yo, por ejemplo, no puedo hacer que en mi DNI figure otra edad u otro lugar de nacimiento, pero si podría ir a un juzgado y, tal cual, declarar que soy un señor.

Por otra parte, la ley prevé ayudas especiales para las personas trans: reserva y cuota de puestos de trabajo, por ejemplo. Es un infame agravio comparativo porque a todas las demás personas que necesitan ayudas sí se les exigen certificados y pruebas que documenten su condición, no basta con que se autodefinan.

Quienes defienden esta ley alegan que para los trans resulta denigrante tener que consultar con psicoterapeutas o médicos porque tal proceder los «patologiza».

Pero, si una persona desea una reducción de estómago, precisará del diagnóstico de uno o varios profesionales que certifiquen que realmente es obesa y que su obesidad no responde a otros problemas que también se deberían tratar…

Incluso alguien que padezca jaquecas, para obtener medicación adecuada, ha de ir a un especialista que previamente le hará una serie de pruebas…

Parece, pues, que las únicas personas que no necesitan consultar psicoterapeutas ni médicos son las que, pese a tener cuerpo y genes masculinos, se consideran mujeres o viceversa. Personas, además, cuyos tratamientos y operaciones corren a cargo de la Seguridad Social. Curioso ¿no?

¿Y los menores? Ejemplo: una niña de 12 años -o una adolescente de 15- declara que no soporta tener las mamas pequeñas (o que ella considera pequeñas), se siente acomplejada o desvalorizada. Reclama, pues, que le hagan un implante, amenaza con suicidarse ¿Qué han de hacer los padres? Pues llevarla a consultar con una psicoterapeuta para desentrañar qué malestar profundo anida en ella, qué pide realmente cuando pide tener más pecho, por qué sufre tal estrés, cómo actuar para que se reconcilie con su cuerpo… Pero, si la chica no quiere que le agranden las mamas, sino que se las corten, entonces debemos aceptar su deseo porque cuestionarlo, buscar causas, intentar analizarlo, hacer que tome conciencia de las consecuencias, etc. etc. sería transfobia y supondría patologizarla…

Un niño de 10 años -o un joven de 17- exige tomar hormonas de crecimiento porque es el más pequeño de la clase, o porque le gusta una chica que es más alta que él y eso le avergüenza, o porque lo que más desea en el mundo es ser jugador de baloncesto y, si no lo consigue, prefiere morir ¿Qué han de hacer los padres? Si no padece problemas de enanismo debidamente diagnosticado, harán como los anteriores: consultar a un psicoterapeuta para buscar las raíces del malestar, intentar que se reconcilie con su propio cuerpo… Pero, si en vez de hormonas de crecimiento pide bloqueadores de la pubertad, entonces, solo cabe decir «amen».

También existe otra modalidad, la de quien declara: «Me siento mujer, más mujer que ninguna, pero que no quiero tomar hormonas, ni operarme. Me encanta ir con barba y jactarme de tener genitales masculinos espectaculares». En resumen: «Soy mujer por mis santos cojones» (la frase es una cita literal).

Las feministas no nos oponemos a que cada cual se sienta y se considere como le parezca. Ciertamente no nos agrada ver por los platós televisivos a alguien declarándose del sexo femenino al tiempo que presume de acosar a las mujeres y de tener un enorme pene. No, no nos agrada, pero, no pedimos que se lo prohíban. Lo que no podemos aceptar es que baste con su autodeclaración, para que esa persona pueda legalmente invadir nuestros espacios (vestuarios, casas de acogida, cárceles, etc.), ampararse en las leyes que nos protegen contra la violencia masculina, optar a cuotas reservadas para mujeres (cuotas que intentan, tímidamente, paliar nuestra desigualdad estructural), competir con nosotras en deportes donde la osamenta y la musculatura les da ventaja manifiesta, exigir que sus problemas de «mujer que no menstrua» enturbien y anulen muchos otros.

Lo que las feministas no podemos admitir es que legalmente ser mujer se catalogue como algo desligado de nuestro sexo, como mero sentimiento y autopercepción, como opción personal. Porque ¿qué sentido tendría luchar contra una dominación que es optativa? Quien se queje de opresión, solo tiene que «transitar» al otro género…

Comparemos: mientras exista el racismo ¿aceptarían los negros que le dijeran que ser negro o blanco es una opción, un sentimiento, una autopercepción? ¿O que hay gente con aspecto totalmente «nórdico», pero que es negra porque así se lo dictan sus deseos? ¿que hay negros cis y negros trans? ¿que cualquiera que se autodefina como negro tiene derecho a optar a las plazas universitarias reservadas para estos? ¿que los negros cis son unos privilegiados porque no saben lo que sufren los negros trans cuando el sol les quema su piel clara?… ¿Aceptarían los negros que, cuando reclaman medidas antirracistas, les argumentaran: «Si no te gusta ser negro, autodeclárate blanco»? No: mientras ser negro conlleve marginación, mayor probabilidad de pobreza, sometimiento, explotación y muerte, los negros no aceptarán que nadie les cuente que ser negro es una autopercepción, un sentimiento, una elección como la de teñirse el pelo de rubio o de azul. Ni aceptarán que les digan que, para no pecar de estrechez de miras, la lucha antirracista también debe preocuparse por la situación de los blancos (cosa que, mutatis mutandis, al movimiento feminista se le dice continuamente).

Estos dislates, que con tanta nitidez se perciben si hablamos de racismo, no se entienden cuando hablamos de patriarcado. Simplemente porque este está más desarrollado, universalizado, interiorizado y afecta a todos los órdenes de la vida.

Unas preguntas:

  • ¿Cómo se explica que las fuerzas progresistas y de izquierdas se conmuevan infinitamente más por los «problemas» de los trans, que por los que afligen a más de dos millones de mujeres con discapacidades variadas, o a los miles de guineanas, rumanas, o ucranianas prostituidas, etc. etc.?
  • ¿Cómo se explica que los medios de comunicación se hagan constantemente eco de los «problemas» de los trans y solo muy de vez en cuando den cabida a los que aquejan, por ejemplo, miles de mujeres que se ven en la tesitura de ser madres o conservar su trabajo? ¿por qué publicitan un manifiesto a favor de la «ley trans» y omiten otro que la cuestiona y que, sin embargo, fue firmado y avalado por muchas más personas y asociaciones que el primero?
  • ¿Por qué el ministerio que ha de ocuparse de los problemas de la mitad de la población es el peor dotado de personal y medios y, además, asume problemáticas que poco tienen que ver con nosotras? ¿por qué ese ministerio no ha propuesto mejorar ninguna ley que realmente nos beneficie? ¿a qué espera para legislar contra la trata (es lo mínimo)? ¿cómo un ministerio, que ha de condenar los comportamientos y actuaciones sexistas, subvenciona y promueve una asociación como Chrysallis, destilado de sexismo extremo hasta el punto de considerar que una niña que no se preocupa porque ha perdido un pendiente o no ama el rosa ni los volantes (sic) no se adecua a su condición femenina y es, por lo tanto, un niño?

Concluyo, para no alargarme en exceso:

  • Nos oponemos al menosprecio y maltrato a todo ser humano. Respetamos los sentimientos de cada cual, pero ¿los deseos y sentimientos han de convertirse automáticamente en leyes sin más exigencias que la autodefinición? No. Sobre todo, cuando perjudican los derechos de las mujeres o cuando conllevan agravio comparativo con otros colectivos tanto o más necesitados de ayuda.
  • Las feministas luchamos por un mundo donde el sexo (porque sí, somos una especie sexuada) no comporte sumisión, violencia, roles impuestos, limitaciones… No buscamos una «multiplicación paródica de los géneros» sino su desaparición. Y, el camino pasa, no por difuminar a las mujeres o por afirmar que nuestra condición es electiva, sino por luchar contra la opresión que se nos impone por serlo.

Pilar Aguilar Carrasco
Artículo publicado en Público

  1. Ana Noguera Says:

    Un artículo realmente clarificador. En torno a la ley trans, hay mucho ruido que no deja entender las posiciones claras y firmes. Este artículo deja muy claras cuáles son las preocupaciones que nada tienen que ver con las acusaciones de transfobia tan repetidas. Enhorabuena por tan magnífico artículo.

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