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Joven indocumentada

Era soltera, joven e indocumentada. Se le ocurrió grabar un video erótico, como regalo para su entonces enamorado y compañero de trabajo. La relación se rompió y se casó con otro compañero. Tuvieron dos hijos, de 4 años y 9 meses. Se dice que el exenamorado la acosaba.

Aquel viejo video del que, seguro, no tenía memoria, empezó a circular. ¿Lanzado por ese enamorado? Llegó a 20 compañeros de la empresa y estos lo empezaron a replicar. Y no contentos con ello, desfilaron en burla por su puesto de trabajo. Ella empezó a tener ataques de ansiedad. Pidió ayuda en la empresa. Sin éxito. Alguien, un ‘compañero’, hizo llegar el video al esposo. Y, Verónica, humillada, no pudo más. Cinco días después, se ahorcó.

Este diario escribía hace escasos días un soberbio editorial acerca de lo que significa la violencia de género. De lectura obligada.

El caso de Verónica tiene los tintes de un caso de violencia de género. Porque por medio del ataque a lo más preciado, que es la dignidad de la persona, se buscó doblegar su voluntad.

Pero este drama pone en evidencia mucho más. Primero que, en efecto, vivimos tiempos de excesiva tendencia a la exposición de los sentimientos, cuando no de nuestros cuerpos.

Ahora que se habla, con cierta ligereza, de defender “castillos”, con armas de fuego, en busca de una incomprensible impunidad, no estaría de más que se adopten medidas para evitar que nadie pueda invadir el “castillo” de la intimidad de una persona. Incluso aunque ella preste su consentimiento.

Todos tenemos el derecho a hacer locuras. Pero nadie el de aprovecharse de ellas. Los códigos penales deben tipificar este tipo de conductas con la mayor severidad. Y la sociedad, cada uno de nosotros, ser más consciente de las consecuencias del uso y abuso de las redes sociales.

Sonia Chirinos
Artículo publicado en ElSalto

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