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La abuela de Cervantes y la estrategia del PP

Éramos pocos y parió la abuela. Y no me refiero a la irrupción de Podemos y Ciudadanos en el parlamento andaluz, que también. Me refiero, claro está, a doña Elvira de Cortinas, abuela de Miguel de Cervantes, en quien ahora los investigadores parecen poner toda su esperanza para identificar los restos del escritor entre ese acertijo de huesos hallado en el convento de las Trinitarias de Madrid. Los responsables de la pesquisa confían poder seguir en ella el rastro de ADN que les conduzca hasta la osamenta del manco universal para así poder certificarla, catalogarla y, finalmente, incluirla en la oferta turística de la Corte del Reino.

Es así como el bueno de Cervantes, de cuya segunda parte del Quijote se conmemora este año el cuarto centenario, parece condenado a seguir pendiente de pruebas que atestigüen hasta su descanso de polvo carcomido. Si antaño la familia de Cervantes ya tuvo que recurrir a certificados de limpieza de sangre que disiparan sospechas judaizantes, hoy a su cadáver le exigen la legitimación científica que corrobore su limpieza de muerto ilustre. Para ello, al igual que la Dorotea logró rescatar en Sierra Morena al caballero de la Triste Figura con la ayuda de la Princesa Micomicona, el equipo de forenses espera poder transformar las pruebas genéticas en una convincente Princesa Mitocondriana que atraiga a la luz el desgastado esqueleto.

Con todo, Cervantes no es el único que anda estos días pendiente de certificados de limpieza de sangre que acrediten su autenticidad y su honra. Todo el sistema político español parece en los últimos tiempos obsesionado en mostrar una pureza renovadora que vaya más allá del simple enjuague. Si en un primer momento algunos consideraron que para ello sería suficiente el prelavado unas primarias, la apisonadora social de la crisis y la irrupción de Podemos ha terminado por obligarles a perseguir el oxímoron de buscar candidatos libres de contaminación política.

La obsesión fue tal que, como es conocido, el candidato socialista a la alcaldía de Madrid, Antonio Miguel Carmona, llegó a recordarle durante un debate a Juan Carlos Monedero su fugaz militancia en el PSOE en un intento de desacreditar al profesor de ciencias políticas. Precisamente fue en Madrid donde esta estrategia tuvo su concreción más espectacular en el golpe de timón con el que Pedro Sánchez lanzó por la borda a Tomás Gómez para aupar hasta el puente de mando a un Ángel Gabilondo entre cuyas principales virtudes se incluía su no militancia en el partido. Luego el testigo lo retomó Ximo Puig en el antiguo reino y ex País Valenciano. Es así como los socialistas valencianos han lanzado a los puestos de cabeza aspirantes a diputados que el electorado no identifique con el pecado del político profesional como los escritores Fernando Delgado y Carmen Amoraga, la exrectora de la Universitat Jaume I Eva Alcón.

El fenómeno afectó incluso a Izquierda Unida que tras el despropósito de sus crisis internas y las salidas de Tania Sánchez y Mauricio Valiente ha terminado por confiar en el bueno de Luis García Montero para mantener el tipo dignamente en Madrid. Por su parte, tanto Pablo Iglesias como Albert Rivera no han dejado de subrayar precisamente su perfil de no políticos, su condición de formaciones inmaculadas, arcángeles anunciadores de un nuevo reino de Dios que no será de izquierdas ni de derechas, ni rojo ni azul, sino aquel que en otro tiempo un nazareno nacido en Belén profetizó que no iba a ser de este mundo.

La gran excepción a estas inclinaciones que podrían convertir España en una nueva república platónica, a la vista del número de intelectuales y académicos que pueblan las candidaturas, es el PP. Frustradas en Cuba las opciones de Ángel Carromero para convertirse en el rostro joven y renovador de los populares para medirse con Iñigo Errejón, el PP ha optado por aferrarse a la tradición española de las familias de bien. Y como tal se siente liberado de tener que presentar prueba alguna que confirme su condición de “derechas de la toda la vida”. Los rostros acartonados de Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre, Rita Barberá o las mantillas de Cospedal ya lo certifican generosamente.

Paradójicamente, el resultado de las elecciones andaluzas ha venido a reafirmarles en esta estrategia. Al fin y al cabo, si Susana Díaz ha salido indemne de los ERE, no es descabellado para ellos sortear el tsunami de Bárcenas, Gürtel y la crisis. Por lo pronto, los tres han demostrado ser maestros en el arte de surfear entre tiburones. Y en última instancia, siempre se podrá culpar de todo a Venezuela o a Grecia.

José Manuel Rambla.
Artículo publicado en Eldiario.es

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