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La emergencia climática

Que el cambio climático es una realidad incuestionable parece que ya está asumido por “casi” todos, salvo algún ignorante demagogo o interesado como Trump.

Que estamos en una situación de emergencia climática, que el tiempo se agota, que cada vez las temperaturas son más elevadas, y que no hay planeta B es también una realidad, aunque parece que aún no somos plenamente conscientes de lo que está ocurriendo.

Que lo vivido el mes pasado en España con inundaciones, riadas, lluvias descontroladas, granizadas, tornados, y demás fenómenos, pese a que el Mediterráneo está habituado a las gotas frías, no puede decirse que haya sido lo más normal, sino que está condicionado por las condiciones extremas del clima.

Ante esta situación preocupante, una nota de esperanza.

Las numerosas manifestaciones en todo el mundo encabezadas por gente joven. Jóvenes que han hecho suya la defensa del planeta, que, seguramente, les queda lejos en la memoria colectiva alguna de las luchas por las que nosotros, sus padres, nos manifestábamos, pero no son ciudadanos pasivos, sino que sus protestas se enlazan con las preocupaciones de su entorno. Son jóvenes globales y concienciados por su entorno. Ellos son los que deberán decidir una forma alternativa a la vida consumista y depredadora sobre la que nos hemos subido.

Ahora bien, me resulta sorprendente que se llame la atención a los políticos y a la sociedad civil, pero no se haga con la otra pata del conjunto social que tiene una gran (o la más) responsabilidad: la empresa, la economía, el mercado, el producto.

Mientras como ciudadanos concienciados reciclamos el vidrio, el papel y el plástico, y hacemos días de ayuno de carne, apagamos las luces, procuramos coger transporte público o aprovechar el coche con varios usuarios, reciclamos ropa y controlamos lo que compramos y comemos, nadie mira a las empresas de usar y tirar, de comida basura, de hamburguesas como pilar esencial, de productos envueltos en plástico y cartón a la vez, y un largo etcétera.

Se advierte que cada vez más nuestros niños y jóvenes comen la conocida como “comida basura”, que no solamente daña la alimentación y salud de los jóvenes, sino que es una de las mayores fuentes de contaminación. ¿Cuánta basura (que apenas se recicla) de usar y tirar se hace en los millones de restaurantes de comida rápida que se proliferan en cualquier punto del planeta? Ese es solo un ejemplo, pero grave.

Soy consciente de que toda acción individual, por pequeña que sea, sirve y suma. Pero hay acciones que tendrían una dimensión multiplicadora y que corresponde a la responsabilidad social empresarial. Determinado consumo que se expande imparable es incompatible con el cuidado del planeta.

Ana Noguera

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