Hacer política representa complejidad. La política significa tomar decisiones, correr riesgos, procurar buscar soluciones, desencallar problemas, incluso abrir caminos aunque resulten polémicos, inciertos y controvertidos.

Hacer demagogia es mucho más fácil. Pero mucho más dañina. Realizar mensajes grandilocuentes y simplistas, de grandes titulares sustentados en chascarrillos y frases hechas, tiene mayor impacto social pero genera mayores desencuentros.

La diferencia fundamental entre la “política” y la “demagogia” es que la primera busca conciliar intereses, abrir diálogos que son controvertidos, y solucionar los graves problemas del país desde la democracia. Mientras que la demagogia se sustenta fundamentalmente en el enfrentamiento, en los bandos, en los extremos, en la confrontación para buscar así votos en vez de acuerdos.

Reconozco que no estaba convencida de que el gobierno de Pedro Sánchez se atreviera a llevar adelante los indultos, porque es una decisión muy complicada y con muchas aristas, con tantos pros como contras en función de cómo se argumente. Porque hay que ser valiente para tomar decisiones trascendentales.

Resulta completamente falso argumentar que lo hace para asegurarse el gobierno, porque, con total seguridad, no hay decisión más polémica que esta. Y hubiera resultado más fácil para el gobierno seguir jugando electoralmente a la confrontación “España versus Catalunya”, que es lo que ha hecho el PP durante largos años, y que ha significado que su peso en Catalunya es insignificante a cambio de numerosos votos en España, mientras que los independentistas se han atrincherado en el territorio catalán haciéndose fuertes a través del victimismo frente a España.

Pero esa estrategia que ha sido favorable para ambas partes durante una década, ya no funciona. Y no funciona porque ambos extremos han perdido gran peso tanto en España como en Catalunya, porque no se puede vivir siempre subidos a la confrontación; porque los catalanes han acabado enfrentados, divididos, enfadados, y, a cambio, no han obtenido nada. Al contrario: Catalunya ha ido perdiendo peso económico, social, político, convirtiéndose en un problema en vez de ser cabeza de la locomotora. No es esa la Catalunya que desea la gran mayoría de catalanes y de españoles.

Ni el nacionalismo español del PP ni el independentismo han conseguido sumar más votos, todo lo contrario, han ido empequeñeciendo su espacio electoral y apoyo social.

Desde esa perspectiva debe entenderse lo que significó el triunfo del PSC en las pasadas elecciones. Ganó. Y, aunque no gobierna, su triunfo se basó en buscar el encuentro, el diálogo, la capacidad de entendimiento, dejar de “guerrear” de forma estéril.

Porque no podemos olvidar que este no es un problema entre España y Catalunya, porque el independentismo catalán no es la mayoría de la sociedad, ni siquiera el 50%. Hay muchos catalanes, una mayoría, que no están de acuerdo con el independentismo. Hablar en nombre del “pueblo catalán” como si fueran profetas iluminados es suicida, temerario y falso. Porque Cataluña también es diversa, plural, con distintas posiciones y creencias.

De la misma forma que lo es España. La España en la que yo creo no es la de Vox, y, en cambio, ellos se atribuyen (como siempre) que España les pertenece. Nuevamente, el sentimiento patriótico de posesión que se atribuyen es excluyente y dañino para una gran mayoría de españoles que desean, sobre todo, la convivencia pacífica.

Por eso, busco también en el seno del PP, en una gran parte del centro-derecha español, que contribuyan a la solución. Y me han preocupado mucho las palabras del presidente del PP, Pablo Casado, calificando los indultos de “desacato a la legalidad” y “desfalco de la soberanía”. Me parecen gravísimas. Por inciertas y falsas, pero también porque está atacando al mismo corazón de la Constitución democrática española. Uno debe medir también lo que dice y no puede cometer “golpes de Estado dialécticos”. España tiene unas reglas de juego, constitucionales, legales y democráticas que el líder del PP (y por supuesto Vox) está cuestionando. Sé que, dentro del PP, hay muchos que abogan también por buscar una solución democrática.

La decisión que ha tomado el gobierno de Sánchez es valiente porque es una decisión política, completamente constitucional y legal.

Eso no significa que no existan muchas dudas encima de la mesa. Muchos argumentos que se pronuncian en contra, los realizados con buena fe y no desde el frentismo, tienen razón y seguro que el gobierno también los contempla. ¿Logrará esta decisión efectos positivos, facilitará el diálogo, rebajará los discursos incendiarios de los independentistas? ¿Cómo lo recibirá la sociedad catalana y la española?

La decisión de los indultos fue apoyada por referentes sociales y económicos de este país que, inmediatamente, se vieron atacados por el PP. También ha sido bien recogida por la prensa internacional. Sin embargo, los pronunciamientos que han sido prudentes y sensatos solo están manifestando una preocupación: que la inmovilidad, el estancamiento, seguir así, no sirve para nada y solo hace que la ruptura sea cada vez más grande.

Nadie sabe si los indultos serán parte de la solución, pero es que ahora, encima de la mesa, no había ninguna solución. ¿O acaso ha propuesto alguna el PP salvo continuar en este clima de tensión cada vez más extremo?

El gobierno de España ha dado un paso trascendental, asegurándose, también es así, algunos elementos esenciales como la inhabilitación para ejercer cargos públicos y la condición de no volver a cometer delitos. Porque los indultos tampoco resultan una cesión gratuita. No es cierto. Se extiende la mano sabiendo que el de enfrente puede morderla. Y si la muerde, sobre ellos caerá la responsabilidad de romper el diálogo político, y, probablemente, queden escorados en un rincón del tablero. La actitud actual del independentismo no está ayudando en nada. Y, sinceramente, no creo que la sociedad catalana quiera seguir con los altercados callejeros que hemos visto durante estos meses pasados.

La política democrática es el único instrumento posible en sociedades pluralistas y de derechos para resolver conflictos. En ella deben creer todos los participantes y afectados. Sabiendo que resolver conflictos de posiciones irreconciliables es difícil, pero no imposible.

El problema catalán no será el primero ni el único que haya resuelto Europa en una mesa de diálogo. Esperemos, así lo deseamos, que se establezca la sensatez y la voluntad de concordia por encima de cualquier odio o ideología impositiva.