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  La RAE y las mujeres

 El numeroso grupo de varones académicos parece otorgar escasa posibilidad de beligerancia al minúsculo de mujeres que completan los sillones. Veamos la historia.

Nuestra Lengua castellano-iberica, como todas, fue creada por el pueblo, conjunto de personas sometidas a un  Imperio un tanto alejado que acogió la lengua latina y la asimiló con rasgos autóctonos. Entre sus genes vamos a fijarnos en unos, procedentes de la primera declinación –es un decir lo de primera- que dio nombres femeninos acabados en –a y tomaron de acompañante el artículo la y otros, de la segunda, acabados en –o, que los protegió otro artículo, el , más los de la tercera que los acabó en –e más libres. Unos eligieron la,  “la fuente” y otros el , “el monte”, “el puente”, etc. Entre este último grupo se encontraban los derivados del genérico participio de presente, que siguieron la misma táctica según a quién nombraban; “el/la adolescente”, “el/la estudiante”, etc. La gente desde el principio se los colocó sin problema. Creció la criatura como ser vivo, alimentada por el uso diario y las ideas recibidas de la mentalidad de sus hablantes durante siglos de historia. Las mujeres fueron abriéndose camino con dificultad y para denominar sus oficios llegó a formarse la alternancia -e/-a: “el sirviente”/”la sirvienta”, “asistente”/”asistenta”, etc. sin reparos en aquellos tiempos porque se trataba de cargos no relumbrones. Después progresaron un poco más: “gobernanta” de hotel, “sargenta”-bueno, en sentido peyorativo y admitiendo un galicismo-.

La criatura, adulta ya  y longeva de muchos siglos, tras generaciones numerosísimas, había ido creciendo en mentalidades tan diversas y evolucionadas, que sufrió excesivos zarandeos culturales. El gobierno vio necesario nombrarle una tutoría corporativa de casi una treintena de varones. Se le llamó RAE de la Lengua. La docta RAE ha gobernado de modo un tanto autoritario a sus díscolos hablantes, los dueños, y supervisa la evolución del ente para que no se desmadren. Así ha transcurrido más o menos obedecida por la gente culta durante sus cuatro siglos de existencia.

Pero en ese proceso de exigencias, las atrevidas féminas van ocupando cargos de relevancia y llegan… ¡a presidenta! Cuando ya está generalizado el término, _¡Ah,no! – dice la docta Academia-. Hay que decir “la presidente”. Si se trata de una asociación, bien, “presidenta”. Pero la jefa del Senado, de un Ministerio, del Gobierno, ¡de ninguna manera!

¿Y si, contra la costumbre de obediencia, decimos: por ahí no pasamos? Somos muchas y ante la acuñación de un uso, acostumbran a ceder, como hacen con tantos extranjerismos. La lengua siempre fue patrimonio del pueblo.

Otro ejemplo similar: El sufijo –ista, de procedencia helena, es invariable para ambos géneros: “el/la dentista”, “equilibrista”, etc. Desde antiguo habían cosido las mujeres sus vestidos. Llegó un día en que algunos hombres comenzaron a confeccionar vestidos de mujer. Y. sin problema, metieron en el diccionario la palabra “modisto”. ¿Cómo iban a rebajarlo a ser una modistilla? Puede fingir imitarnos cierto novelista académico ironizando con hiperbólicos masculinos acabados en “isto”.

Último rasgo: El fogón, lugar por excelencia “femenino” desde que existe. Algún varón decidió en tiempos modernos imitar a los vecinos gabachos y le gustó la creatividad del trabajo culinario. Inmediatamente se puso al frente ¡pero como jefe! Introdujo también su término, “chef”. Rápidamente los curadores legalizaron el galicismo. ¡Menos mal que , al día de hoy, han permitido el cargo a unas poquitas féminas en cierto programa que encandila a esclavos de la caja tonta. Así se escribe la Historia.

Puesto que nuestra lengua nació en zona discriminativa, por el principio de economía lingüística,  seguimos sufriendo el uso del genérico aunque en un colectivo de personas sólo haya un hombre: “Ya estamos todos”; mientras  que soslayamos otro principio surgido más tarde: Lo que no se nombra, no existe. ¿Razón?

                                                                                                       Salud Piera Alberola

 

 

  1. Salud Says:

    Soy la autora del artículo y desearía enmendar un error que cometí al pasarlo.
    En el segundo párrafo, donde pone «el río» es «el monte». Lo siento.

  2. Marita Macías Says:

    Corregido.

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