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Leonardo Padura – “Adiós, Hemingway”

Libro: “Adiós, Hemingway”.

Autor: Leonardo Padura

Editorial: TusQuets

Año: 2001

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El autor en esta novela nos hace viajar a la Habana de los tiempos anteriores a la revolución cubana. El objetivo es hacernos comprender el ambiente en que vivió un insigne escritor americano al que el autor admira.

La recreación de ésta novela discurre alrededor de la casa de Hemingway. Finca Vigía es una hacienda próxima a la capital, formada por una casa al borde del mar y unas tierras, que el escritor  americano decidió comprar en torno a los años 40 como refugio del ambiente de su país.

En este espacio el escritor encuentra cobijo para sus creaciones y para pescar, una de sus aficiones favoritas. Es además el lugar previo a su muerte. Poco después  de su última estancia, Hemingway decide salir de la isla y viajar a Ketchum (Idaho) donde decide poner punto final a su vida de un disparo. Son también los momentos en que el autor americano ha compartido sus últimos momentos con Mary Welsh, su cuarta esposa.

Leonardo Padura utiliza al ex.policía, Mario Conde, uno de sus personajes favoritos como pretexto, ya que vuelve a ser el eje sobre el que discurre la acción.

El fondo del relato se desarrolla sobre una intriga policial, puesto que aparece en la finca de Hemingway el cuerpo de un hombre. Su muerte se ha producido por dos disparos. La investigación se abre para dilucidar el origen del cadáver, las causas de su muerte y el autor del crimen. El cuerpo es el de un desconocido que resulta ser un agente del FBI. Pero a la vez, es una novela histórica y nostálgica preñada de recuerdos, que le sirve para recrear la atmósfera en que el escritor americano desarrolló los últimos años de su vida.

Toda la obra y la vida de Hemingway están sobre la mesa. Sus costumbres, su afición al boxeo, al alcohol y las mujeres. Su pasado en Italia, su vida en Paris y en España. Las referencias de la guerra civil española y su afición a los toros están presentes en los cuadros de Finca Vigía. Sus desavenencias con John Dos Pasos y con Scott Fitzgerald. Sus obsesiones por perseguir submarinos alemanes en las costas cubanas ávidos de suministro de carburante al final guerra. Su mitomanía por Ava Gardner y sus encuentros con Hollywood. Incluso su rechazo a recibir en persona el premio Nobel de Literatura. Todo está en este relato.

En ese contexto, sobre ese escenario, el autor escribe en esos años, “El viejo y el mar”, uno de sus últimos legados.

Leonardo Padura aprovecha para evocar sus momentos más íntimos y quizá desconocidos, los paseos en barca para pescar, sus borracheras alrededor de sus gatos y su perro favorito, las dificultades para entenderse más allá de los próximos en la finca, y su aislamiento que le condujo a su final.

En ese buceo retrospectivo no escapa la borrascosa vida con Martha Gelhorn, su adorada y bella diosa, reportera como él, a quien admiraba no solo por su belleza, sino por su actitud intrépida. Con ella convivió en la isla durante cinco años, de 1941 a 1946. Son años de colaborar con el embajador americano, es la prolongación de su lucha contra los nazis, en este caso contra los prófugos que escapan al final de la Alemania nazi.

Martha fue siempre fue su alter ego, al visitar infinidad de conflictos bélicos cuyas huellas quedaron recogidas en un libro poco conocido en España, titulado “El rostro de la guerra”. Con Martha, su Lauren Bacall, como con otras, acabó mal.

Lejos están los tiempos en que después de la primera Guerra Mundial, en Italia, momento en que compartía sus dotes de corresponsal con un servicio de ambulancias militares en que estaba enrolado.

Hemingway vuelve a USA herido al final de la misma y se casa. Para  celebrar su primer matrimonio, de joven, con su primera esposa, Hadley Richardson, viajan a Paris.

Son los tiempos de días de vino y rosas de “Paris era una fiesta”, donde celebran ambos los felices años veinte. Es el tiempo del éxito y difusión del Jazz, y del charlestón, de los primeros amigos que le abren puertas en la literatura, de Anderson y Francis Scott, de Ezra Pound, de Gertrude Stein. Muchos de ellos con los que compartió mesa y mantel en París, y donde algunos acabaron por encontrar durante un tiempo y un sitio para vivir. Son los años inolvidables de una generación perdida.

La obra de Padura es una constelación, un caleidoscopio en que la investigación sobre el asesinato es un puro pretexto, un artificio para bucear en la obra de Hemingway y en su dilatada y atormentada vida. Para recordar su pasado afín a los comunistas en el Madrid del Hotel Florida, o en Valencia como corresponsal. Son los momentos más comprometedores del alma liberal de los norteamericanos, sus medidos compromisos a favor del antifascismo de los años 30 y 40 y su alejamiento posterior en que todo se oscurece al final de la segunda Guerra Mundial y se alza el telón de acero, y con ello, la llegada del Macartismo. Son los momentos más oscuros de la vida en USA en que triunfa el lado más torvo del conservadurismo americano. Hemingway decide apartarse de todo eso y vincularse a Cuba. Son los años 50, del Floridita, los boleros, y del ron y su rincón habanero.

Es proverbial la referencia de ese periodo que ensombreció los corazones de muchos norteamericanos y que fue un duro hándicap para la creación literaria, artística y cinematográfica de EEUU. Padura lo recrea de manera somera pero suficiente.

Es una novela policíaca pero fundamentalmente nostálgica. Con lenguaje de sabor habanero, que sirve al autor para asomarse en la historia personal y adentrarse en la literatura de Hemingway, en sus pasiones y también en sus aficiones. Pasiones y aficiones  que comparte el ex policía, Mario Conde, vendedor de libros de lance, y aficionado a la literatura. Es, sin duda, la viva imagen especular del autor, que concluye su trabajo de indagación, dando felizmente con el autor del crimen.

Pedro Liébana Collado

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