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Lo que recordaremos de estos días

Recorriendo ya la cuarta semana de confinamiento se aprecia mejor el valor de la libertad. La simple libertad de pasear, de salir a despejarse, de inspirar el aire de un parque o de un campo de cultivo. Acuden a la memoria los aromas que hablaban el lenguaje de la naturaleza y de los comercios abiertos al público.

Ceñidos a lo más próximo, siguen cobrando importancia las pequeñas cosas. Las primeras palabras de un niño. Las primeras flores de las plantas domésticas, azuzadas por la primavera. Los balcones abiertos al sol del mes de abril, ocupados por sillas, hamacas y mesas que recrean un nuevo espacio para la lectura y los juegos. La voz amiga de quien, tras largo tiempo de mutuo silencio, te ha recuperado y se interesa por tu salud. Gratifica comprobar cuánta gente te sitúa entre sus recuerdos.

Tiempos de obligado encierro que te llevan a pensar en qué es importante para vivir bien la vida. La vertiente competitiva, acelerada y consumista se ha quebrado radicalmente. Regresar a la normalidad supondrá recuperarla: ¿vale la pena identificar normalidad con ese estado de la conciencia que nos distancia de los placeres más cercanos y nos distrae de los valores que exaltan el afecto, la amistad, la solidaridad y la moderación? ¿Por qué ese tajo entre las esferas privada y pública, cuando la precondición para disfrutar de la vida es conservarla y es esta última circunstancia la que ahora hemos descubierto que se encuentra a merced de desconocidos acechadores?

Tiempo de memoria y empatía. Memoria por las víctimas de la pandemia, la mayoría mayores y depositarios de nuestra memoria histórica. Empatía por quienes han perdido a un ser querido y ni siquiera han podido acompañarle en sus últimos momentos. Con funerales de tres personas como máximo: familiares teniendo que decidir quién formaba parte de tan modestas exequias. Silencios y duelos incompletos que reprimen la expresión del dolor, permitiendo que el bisturí de éste siga lacerando la conciencia. Depositando en ésta, incluso, inmerecidos sentimientos de culpabilidad.

Tiempo de comprensión y ánimo. Comprensión y ánimo hacia el personal sanitario que, en los momentos más difíciles, ha adoptado decisiones dramáticas, escogiendo a quien tenía mayores probabilidades de sobrevivir. A quién adjudicar un respirador. A quién dedicar más tiempo.

Decisiones de vida o muerte que, aun siendo racionales, no pasan de largo por la conciencia de quienes las adoptan. Comprensión y ánimo es lo que ahora necesitan estos profesionales para recuperar la fe en sí mismos y convencerse de la ajustada ética de sus actos médicos.
Tiempo de vecindad y ciudadanía productiva. Con los ancianos y dependientes que precisan de alguien que les lleve la compra o los medicamentos. Con las familias monoparentales que necesitan de apoyo para la guarda de los niños mientras el padre o la madre se marcha a trabajar. Manifestaciones de solidaridad individuales y otras que han emergido de redes formadas espontáneamente con la finalidad de ayudar a las personas más frágiles.

Tiempo, inevitable, de malhumores y frustración. De bodas aplazadas, precisamente en la estación que acoge su mayor número. De añoranza por los encuentros de los sábados, en el bar, para desayunar o ver el fútbol con los amigos. De parejas separadas y obligadas a encauzar su afecto por medio de imágenes o de conversaciones telefónicas.

Tiempo de creciente angustia ante el cierre de las empresas y el temor a que no reabran o que lo hagan reduciendo sus plantillas.
Tiempo de exigencias para los poderes: piensen siempre en las personas. Ahora y después. La salida a la crisis será otro momento de prueba y exigencia para todos.

Tiempo de aprendizaje: que no suceda lo mismo la próxima vez.

Tiempos que recordaremos y nos servirán para calibrar de otra forma la responsabilidad pública y privada, la dignidad de las personas y lo que es realmente valioso en esta vida cuya única certeza es su limitado recorrido.

Manuel López Estornell
Artículo publicado en Levante emv

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