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Mi consumo es ¿sucio e injusto?. Carmen Martí.

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Moda ética, comercio justo, productos ecológicos, economía inclusiva, sostenible, emprendimiento social. Cada vez son más los términos que se cuelan en nuestro vocabulario cotidiano. Ya no sólo los que nos dedicamos al mundillo de la RSE, la RSC, o la sostenibilidad.La ciudadanía se encuentra cada día con noticias, informes, programas de televisión, que hablan de estas cuestiones y ponen la voz de alarma. Y la pregunta que se hacen algunos, tampoco todos, no exageremos, es ¿acaso mi consumo es injusto, insolidario, sucio, insostenible, antisocial? Al menos el vocabulario, por antonomasia, así parece indicarlo. Es una pregunta que nos hacemos “en pequeñito”, “por lo bajini”, porque cuesta y duele pensar que somos cómplices de algo que no nos gusta, de algo que detestamos como ciudadanos.

¿Acaso dejamos de serlo -ciudadanos digo- cuándo consumimos? ¿Nos lo planteamos? En esto de la RSE estamos muy acostumbrados a poner la mirada en el empresario, en sus actuaciones, en sus responsabilidades.

Hace años, cuando empezó el boom de la RSE -sí, el boom, porque como en todo, la RSE también ha tenido su boom– decíamos, no sin razón, que el empresario no podía pedirle a la gente que dejara “sus valores colgados en la puerta de la empresa”. Exigíamos empresas comprometidas, empresas responsables, donde los trabajadores pudieran sentirse dignos y orgullosos de trabajar.

Hoy son numerosos los rankings de empresas en las que la gente quiere trabajar, The best workplace. Lo cual es un orgullo para sus trabajadores, pero, ¿y qué pasa con los clientes? ¿Qué pasa con los valores que los clientes dejamos en la puerta de los comercios y que poco o nada tienen que ver con nuestros valores como ciudadanos de este mundo?

¿Cuántas personas son miembros de organizaciones que defienden la infancia, y luego compran en empresas de dudosa responsabilidad hacia los menores, o con escándalos incluso de explotación infantil? ¿Cuántas mujeres defensoras de la igualdad no se preocupan por las condiciones de sus congéneres en Pakistan, Bangladesh o China al comprar una camiseta?

¿Qué nos pasa como consumidores? ¿Por qué no somos tan exigentes como lo somos con las empresas? ¿Por qué miramos para otro lado?

A modo de experimento me gustaría traer hoy aquí las 4 excusas más comunes, que utilizamos. Y digo utilizamos, porque en esto todos pecamos un poco. Me gustaría pediros un poco de reflexión acerca de las mismas.

Este artículo no busca poner el dedo en la llaga ni señalar a nadie, sino generar un cambio, por pequeño que sea, en nuestros modelos de consumo, a partir de hoy mismo. Incluido el mío. Un pequeño cambio de muchos, cambiaría mucho.

Excusas para no consumir con conciencia:

1. Es más caro. Esta es la excusa por excelencia. Los productos éticos, justos, solidarios, son “más caros” que los injustos, poco éticos, y contaminantes. Y digo injustos, poco éticos y contaminantes, y no “normales”, que solemos decir. Por lo que la pregunta que nos invito a hacernos es otra: ¿Por qué son tan baratos los productos que no son éticos, ni justos ni sostenibles? ¿Cuál es la consecuencia de ese bajo precio? ¿Quiero ser cómplice de ello?

2. Hay menos variedad. De nuevo una excusa muy común. Hay menos variedad en estos productos. A lo que de nuevo invito a la reflexión sobre la estacionalidad de los productos frescos, el comer de todo todo el año, ¿qué consecuencias tiene para mí y para mi entorno?

Y en cuanto a la moda ¿Consumimos moda por necesidad, o por obsolescencia percibida? ¿Por ir adecuados o por sentirnos bien con uno mismo con cada cambio de temporada? Y de nuevo, ¿qué consecuencias tiene todo esto para mí, para mis hijos, para los hijos de los hijos?

3. Es más difícil de encontrar. Es cierto que los productos “normales” están más accesibles, nos rodean por todas partes. Pero cada vez son más las tiendas especializadas, las tiendas cotidianas que los introducen, las compras por Internet. Hoy todo está más cerca. Puede que nos cueste un “click” más. Pero está más cerca.

4. Hay un desconocimiento acerca de lo que es ético y lo que no. No está probado la insostenibilidad o injusticia de estos productos. Esta es la excusa que más me molesta, y ante la que sí soy crítica. Hoy en día sólo hay que querer saber. Os invito a buscar en internet “moda limpia”, “explotación en la moda”, “comercio justo/injusto”… lo que se os ocurra, lo que os ronde por la cabeza. Hacer la prueba, y luego repetir “no hay conocimiento”.

Insisto, no busco señalar a nadie ni yo soy perfecta en cada acto de consumo. Ayer, sin ir más lejos, me asombré al volver de la compra de la cantidad de bandejas de plástico que sin darme cuenta había adquirido. Fui consciente. Es el primer paso, para producir un cambio en la próxima compra. Ahora me toca el próximo día, si quiero, evitarlo.

No se trata de ser héroes, pero tampoco de dejarnos arrastrar por la masa. ¿No merece la pena intentarlo?

Carmen Martí.
Artículo publicado en Etnor.

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