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Os salvaré la vida

Título:  “Os salvaré la vida”

Autores: Joaquín Leguina/ Rubén Buren

Editorial: Espasa

Año 2017

Premio 2017 de novela histórica “Alfonso X el Sabio”

 

Es una novela histórica basada en la vida de Melchor Rodríguez García, más conocido en los años 30 del siglo pasado, como el “Ángel Rojo”.

Nacido en Sevilla en el barrio de Triana, en 1893,  murió el 14 de Marzo de 1972, día de los enamorados, en Madrid. Es la misma fecha en que murió su hija Amapola, testigo de buena parte de su vida, que falleció el mismo día del año 2012.

Fue Melchor Rodríguez uno de los representantes de la CNT más nobles y comprometidos del movimiento obrero español, lo que se ha entendido en los términos ideológicos, como un digno representante de los libertarios españoles del siglo XX.

La narración que se presenta al lector es el resultado de muchas andanzas. Primero fueron unas memorias inacabadas aparecidas en Amsterdam, redactadas por el propio protagonista, para tomar después la forma de una novela histórica rematada y publicada en 2017 por los autores que figuran en ella.

El trabajo ha visto la luz muchos años después de su muerte y más de 40 años de la restitución de las libertades en España. Hay que anotar los esfuerzos de Rubén Burén, su biznieto, que ha completado lo encontrado en el Archivo Histórico de esa ciudad holandesa por un investigador, Alfonso Domingo, que descubrió el manuscrito y aconsejó a la familia completarlo. Es en esa ciudad, donde yacen muchos datos de la memoria histórica del movimiento libertario español.

La historia de Melchor Rodríguez, un obrero ilustrado, (Había sido chapista de profesión), comienza en su Sevilla natal, y continua en Madrid.  Viene ser la historia de tantos otros militantes atrapados por los acontecimientos acaecidos en la primera mitad del siglo XX, sino fuera por la singularidad de sus experiencias vividas.

Emigrado a la capital de España, pronto se involucró en el movimiento sindical, primero en UGT, y luego en la CNT madrileña, donde tuvo relación con los dirigentes anarquistas del momento, entre los cuales se formó y acabó engrosando sus filas.

Participó en todas las huelgas que tuvieron lugar en el primer cuarto de siglo, en el periodo monárquico, singularmente en las de 1909 y 1917, que tuvieron carácter revolucionario, y posteriormente en otras durante la Dictadura del General Primo de Rivera. En estos años, sus recuerdos están ligados a los diferentes encarcelamientos que sufrió, y a las dificultades para sobrevivir, siendo de todas ellas testigo y protagonista.

La llegada de la Segunda República abre las opciones a los trabajadores de alcanzar algunos de sus objetivos tanto en la mejora de las condiciones laborales y sociales, como en las alcanzar las aspiraciones personales largamente aparcadas. A estas tareas se entrega Melchor Rodríguez desde su corazón de libertario.

Sus deseos no se ven correspondidos con la realidad. Dadas las acuciantes necesidades del proletariado, la escasez de recursos disponibles de las instituciones republicanas, así como por la lentitud de las mejoras, dieron al traste con muchas de esas esperanzas. La reforma agraria fue el mayor déficit, porque España era eminentemente rural, y la mano de obra estaba ubicada en el campo.

Los años del periodo republicano son borrascosos, abundan también las huelgas, en algunos casos salpicados de incidentes graves de orden público, lo que llevó al movimiento libertario a abstenerse en las elecciones de 1933 dejando el Gobierno salido de las urnas en manos de la derecha.

Estos años fueron para nuestro protagonista motivo de visitar la cárcel de nuevo, hábitat con lo que ya estaba familiarizado, así la familia relata que le conocían más tiempo dentro que fuera.

El relato ahonda en su vida como último alcalde accidental de Madrid, nombrado por la Junta de Defensa como representante de ésta en la entrega de poderes el 28 de Marzo de 1939. Pero la narración se detiene en su misión como comisionado e inspector de prisiones, su labor más destacada. Este hecho que se produce en 1936, cuando la retirada del gobierno a Valencia y cuando es nombrado responsable de los presos de la capital.

Dado que el gobierno republicano de Largo Caballero se ve obligado a trasladarse por los acontecimientos militares del cerco de Madrid, a Valencia, García Oliver, Ministro de Justicia, le encomienda ocuparse de las prisiones en el Madrid ocupado y las zonas limítrofes bajo control de la Republica. Hay que recordar que el Gobierno de Largo caballero es un gobierno de concentración por primera vez de los partidos y sindicatos de izquierdas, incluida la CNT.

Esta tarea ardua y difícil la emprende incluso con un compromiso no exento en los momentos difíciles, de verdadero riesgo para su integridad física.

Singularmente comprometido con el objetivo, evitó con su valentía muchos de los fusilamientos extrajudiciales de los presos que atestaban el Madrid ocupado asediado por los bombardeos en Noviembre de 1936.

A pesar de ello, algunos no los pudo evitar, hechos que se conocieron como las represalias del caso “Paracuellos”, donde fueron fusilados prisioneros sin juicio a la salida de Madrid en tránsito a otros lugares.

Es verdaderamente emocionante su capacidad, para pistola en mano, en la puerta de la cárcel de Alcalá de Henares, oponerse a una turba que pretendía penetrar en la prisión y asesinar a mas de 1500 presos recluidos allí. En un Alcalá de Henares, con los ánimos muy soliviantados por los bombardeos de aviación franquista, una muchedumbre pretendió cobrarse venganza inmediata con la vida de los presos.

El relato recoge cómo tuvo que hacer el traslado de los detenidos bajo custodia para que no fueran asesinados en muchos otros casos, con riesgo singular de su propia vida.

Su labor de inspección en las checas de Madrid y en las diversas prisiones madrileñas, ayudó a salvar a muchos de los detenidos del otro bando, evitando que murieran en algunas de las sacas que tuvieron lugar en los peores momentos de la Guerra civil.

Finalmente, formó parte del último comité de Defensa que dirigió el Coronel Segismundo Casado y de Julián Besteiro, del cual en estos días, se celebra el 150 aniversario de su nacimiento.

Es quizá este papel de perdedor entre los perdedores, lo que eleva más el valor de su memoria, si cabe, y sobre todo, su bonhomía reconocida por todos los bandos en conflicto.

Después de su detención, los juicios a los fue sometido, fueron muy humillantes. Tuvo que soportar la ira de los vencedores que como en el propio texto se indica, muchos no solo fueron asesinados, y perseguidas sus familias, sino que sencillamente sus cuerpos desaparecieron sin poder ser enterrados dignamente.

Los supervivientes, en buena parte, quedaron a merced de los vencedores, siendo reconfortante para estos, verlos durante la dictadura, humillados y ofendidos, teniendo que vivir durante décadas, ellos, como sus familias, bajo la vigilancia del régimen, en condiciones muy difíciles.

Perdonada su vida por la intercesión de muchos de los presos a los que salvó la vida, fue condenado a 12 años de prisión, que cumplió parcialmente en el penal de Puerto de Santamaría, hasta que salió en libertad provisional a mediados de los años 40. Muñoz Grandes, Martín Artajo, y muchos otros personajes de los vencedores, intercedieron para que no fuera ejecutado. Incluso cuando salió de prisión rechazó propuestas de diversa índole que algunos de ellos le ofrecieron.

Era un hombre íntegro, y decidió rehacer su vida al margen del régimen vendiendo seguros y malviviendo como tantos otros. Algunos de sus amigos represaliados, con los que compartía algunos momentos, como el periodista Eduardo de Guzmán estuvo escribiendo novelas del oeste, o policíacas con seudónimo, u otros, haciendo traducciones para empresas como Luis Orobón Fernández, sujetos aún durante años al epígrafe de desafectos, en un exilio interior casi perpetuo.

Todavía volvió a la cárcel posteriormente por su militancia anarquista, su compromiso ideológico y su idealismo libertario, lo que motivo el interés de la policía política. Dando tumbos, y malviviendo por mantener sus ideales, terminó sus días sin llegar a ver la muerte del dictador y sin llegar a conocer las libertades de 1977.

Es preciso señalar que el relato no solo se ajusta a su biografía, sino que se extiende a las vicisitudes y penalidades vividas por su mujer, la Paca, bailarina  del cuadro escénico de Pastora Imperio y Manolo Caracol. Amapola, su hija viva, de fuerte carácter y de hondas convicciones, testaruda como él. Fue siempre fue su admiradora por la valentía y coherencia de sus actos, y a pesar del sufrimiento compartió con él muchos de sus años, aunque los últimos fueron muy amargos al separarse. Tan solo volvieron a reencontrarse a su muerte.

Es sobre Amapola y sobre su compañera la Paca, y sobre los personajes secundarios del relato, cuando el libro adquiere perfiles más interesantes. El libro centra también el foco en ellos, lo enriquece, lo que motivaría no solo otra crítica literaria, sino otro libro.

La narración encoge el corazón, y explora en lo más profundo de uno mismo, cuando se relatan algunos momentos verdaderamente emocionantes.

Está escrito de manera sencilla, concisa y su relato es de fácil lectura, es de agradecer a sus redactores el esfuerzo empeñado en ello y a Rubén Burén, su biznieto, el cariño que le ha puesto. Seguro que el Ángel Rojo donde esté, sabría corresponderle.

Muy recomendable para abordar la memoria histórica y democrática de este país y para honrar a las personas que dieron lo mejor de sí mismos en ese esfuerzo, y en legarnos un retazo de las libertades de entonces, que han pervivido en el tiempo.

Pedro Liébana Collado

 

 

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