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Pesadilla en la cocina urbanística valenciana: el nuevo barrio del Grao

Estamos ante un nuevo proyecto desarrollista de la ciudad de Valencia: el PAI del nuevo barrio del Grao. Este plan urbanizador está llamado a convertirse en una pesadilla social y ambiental para el presente y futuro de la ciudad. Por mucha propaganda de lavado verde que se le intente dar lo cierto es que se trata de un anacrónico y nefasto proyecto urbanizador que repite viejas recetas del «pelotazo» y está a años luz de ser un «urbanismo sostenible». No hay salud ambiental ni un urbanismo justo si se levantan unas gigantescas y enfiladas torres sobre un tapiz de manicura «verde», que a ojo de pájaro ofrecerán panorámicas desde unos palcos caros y exclusivos bien distantes del bullicio popular de los barrios marítimos.

El «nuevo barrio del Grao» busca hacer un «corte quirúrgico» con el pulso de la ciudad consolidada, con sus fachadas, tiendas, mercados, bares, plazas y rincones, entre otros lugares que hacen florecer el tejido relacional y la vitalidad vecinal. Aunque algún edificio aislado pueda tener cierta «calidad arquitectónica» lo cierto es que los «no lugares» que crearán los veinte rascacielos proyectados tendrán una trágica significación urbana y social: más barreras, separación, división, anonimato, inseguridad, desafecto, fealdad, indiferencia identitaria…

Muchas experiencias similares de crecimiento urbanístico han sido fracasos estrepitosos en numerosas ciudades europeas y americanas. La mayoría de los engendros urbanísticos que se alzan contra la escala humana de la ciudad se han convertido en tristes, fríos y banales guetos elitistas, o bien han derivado en zonas marginales separadas de la vida ciudadana. Estos nuevos barrios contra-natura quedan abandonados durante muchas horas del día y llegan a perder las condiciones mínimas de seguridad y sociabilidad, al tiempo que levantan muros sociales sociales contribuyen al deterioro conjunto de las condiciones ecológicas y de salud de la ciudad. El proyecto del Grao es en realidad una negación del lugar, del territorio, de la ciudad y de cualquier realidad histórica, comunitaria y ambiental. La trama del espacio urbano tradicional se sustituye por un ornamento pseudo-natural que rodea los edificios por debajo, donde las calles, plazas y gentes desaparecen, solo queda el sucedáneo de manchas verdes entre las que se abren paso las líneas de asfalto para el recorrido de los automóviles.

A pesar de la enorme deuda histórica que tiene Valencia por el maltrato que han recibido los barrios de Natzaret, La Punta, El Cabanyal, la Malvarrosa y del Grao mismo, el PAI del Grao instaurará un nuevo apartheid social y físico con una estructura urbana más descosida que nunca, desviando las inversiones privadas hacía una nueva construcción de altas rentas en lugar de la rehabilitación. Este autoritario y faraónico plan urbanizador en realidad no busca tejer las tramas sociales y urbanas entre barrios, es imposible la pregonada «conexión» mediante la simple apertura de unas calles y puentes, y mucho menos con las barreras de grandes bulevares y avenidas desbordadas de carriles, vehículos, ruidos y humos tóxicos. Las veinte tristes torres de lujo en medio de unos fríos espacios fantasmagóricos e insípidos no pueden coser los desgarros urbanos, sociales y ecológicos ni tampoco pueden unir los barrios marítimos. Estamos ante un plan sin alma. Su cirugía faústica de gentrificación, alérgica a las vecindades humanas actuales, tampoco aliviará los padecimientos de los ecosistemas vecinos colindantes: los fluviales del Turia y los periurbanos de la huerta.

Dada la gran envergadura de esta nueva catástrofe urbanizadora que se suma a otras amenazas sobre la fachada marítima (el aumento de la capacidad portuaria para cruceros, la Zal sobre La Punta, la ampliación de la V-21, el Acceso-Nord al Puerto, el mal estado del Parque de l´Albufera…), el debate político abierto desde el PSOE, Compromís y el PP en torno al nuevo barrio es muy tendencioso y reduccionista, se reduce a algunos elementos aislados, como es la discusión sobre un paso subterráneo o uno elevado sobre las vías del tren. Se niega y disimula el gigantismo deshumanizador implicado en la construcción de más de 2.500 viviendas de lujo y centenares de plazas turísticas repartidas en 20 rascacielos de 30 plantas, una gran torre hotelera de 45 alturas, amplias avenidas cargadas de viales de tráfico e incluso algunos canales navegables. La izquierda gobernante tampoco parece cuestionar el hecho de que los promotores económicos sean unos cuantos holdings empresariales movidos por el negocio especulativo cortoplacista bien ajeno al bien común y al bienestar que revierta en el conjunto de la ciudad.

Los voceros políticos de este desarrollismo desbocado alcanzan un hito en cinismo y manipulación social cuando etiquetan el proyecto de «sostenible» al tiempo que ocultan la inmensidad de los daños socioambientales asociados al mismo. La colocación de unas cuantas placas solares y de unos carriles bicis solo son unas gotas en un océano de creciente destrucción ambiental. Nuestros gobernantes usan con empacho eslóganes engañosos del lobby turístico al hablar de «delta verde» cuando no hay ni delta ni desembocadura. En realidad estos barnices ambientales resultan inútiles porque crecen los volúmenes totales en consumo d e recursos, emisiones y residuos contaminantes. La meta no es hacer un gran parque para el disfrute y encuentro de la ciudadanía valenciana. El objetivo principal de este suelo verde troceado es el de servir de decorado para realzar la grandiosidad fálica de los edificios. Ni siquiera se contempla recuperar la conexión del viejo cauce con el mar.

Esta pesadilla urbanizadora traerá más tráfico motorizado desde todas las direcciones y empeorará significativamente la calidad del aire del Grao, ya muy resentida por las actividades contaminantes del Puerto. Su compulsión desarrollista en favor de la expansión de amplias vías para la circulación privada de vehículos bloquea la necesaria reducción del uso del coche en el conjunto de la ciudad y hará fracasar cualquier política de movilidad sostenible. Se construirán miles y miles de aparcamientos residenciales y rotatorios comerciales que garantizarán el dominio de una movilidad tóxica, su intensidad y volumen no podrá contrarrestarse con tranvías y zonas peatonales.

El pseudo-parque «regalado» también esconde lastres importantes: amputa trozos del viejo cauce que muere antes de llegar al mar y gran parte del nuevo suelo ajardinado, roto y rodeado de insalubres viales de tráfico, sufrirá las sombras alargadas y los reflejos caloríficos que arrojarán los edificios de 30 y 45 plantas. Al disparatado y derrochador consumo de energía típico de los rascacielos se sumarán los impactos ambientales de los materiales de construcción y la huella destructiva de su extracción minera en los territorios de abastecimiento, como entre otros es la Serranía. Esta noria de daños ambientales guiados por la religión laica del crecimiento indefinido (algo físicamente imposible y peligroso en un planeta finito y cada vez más maltrecho) también se alimentará con la acelerada turistificación y la compra de segundas viviendas por parte de extranjeros y fondos de inversión. El balance climático y ambiental solo puede ser muy negativo.

¿A quién beneficia este modelo de barrio clasista y a quiénes perjudica? ¿Qué necesidades sociales satisface? El plan del «nuevo barrio del Grao» es un ejemplo paradigmático de negación y suplantación del barrio y la ciudad por edificios endiosados. Esta «purificación arquitectónica» refleja muchas de las ideas repetidamente malogradas del urbanismo moderno y sus propuestas de zonificación y separación de usos. Sus erectos bloques de gran altura y su dependencia del coche privado manifiestan la agresiva desconexión de sus variopintos vecinos: los barrios marítimos, los ecosistemas fluviales, los agroecosistemas de la huerta, que contrariamente necesitan planes de conservación, recuperación y resilvestración.

Mara Cabrejas y David Hammerstein
Artículo publicado en Levante.emv

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