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Por qué no condeno los disturbios

Al día siguiente del encarcelamiento de Pablo Hasèl comenzaron manifestaciones en toda España pidiendo su libertad, algunas de cuales terminaron en disturbios y han dado lugar a acalorados discursos de políticos y tertulianos sobre lo inaceptable del uso de la violencia. El Presidente Pedro Sánchez ha resumido este relato en una frase: “La violencia es inadmisible en una democracia plena como España”.

Tras los disturbios, las empresas de comunicación han exigido en tromba a Unidas Podemos que condenase la violencia en las manifestaciones, la violencia de los manifestantes claro, la policial ya sabemos que siempre es justa y proporcional. La negativa de UP, e incluso su osadía de dar un apoyo explícito a las manifestaciones, le ha puesto en el punto de mira de los censores de lo políticamente correcto, llegándoles a acusar de promover y alentar dicha violencia. Unas empresas de comunicación que andan estos días están especialmente molestas con el Vicepresidente Pablo Iglesias, por haber dicho unas cuantas verdades sobre la propiedad de los medios de comunicación y la anomalía que eso supone en una supuesta democracia.

Todas ellas repiten en bucle las mismas secuencias: la papelera, el contenedor, el escaparate del comercio, la piedra arrojada contra el policía. No explican cuántas movilizaciones ha habido y cuán numerosas han sido, sólo existen los disturbios y los violentos, se centran en las consecuencias para ocultar las causas.

Pero también al día siguiente del encarcelamiento de Hasèl, en Gijón hubo un desahucio, sí, se sigue desahuciando. El caso es que durante el desahucio la policía pegó 2 tiros al vecino que estaban desahuciando, uno en el pie y otro en el abdomen, porque este intentó agredirles con un hacha, al grito de «me llevo por delante a quien sea, yo de mi casa no salgo». Esto por supuesto las teles no lo han repetido en bucle, pues aventura preguntas incómodas sobre la violencia.

¿Quién es el violento en el desahucio de Gijón? ¿el vecino? ¿la policía? ¿o el banco que desahucia? la respuesta correcta es que los tres fueron violentos, los tres ejercieron la violencia para lograr su interés. Aunque yo empatizo con el vecino y responsabilizo al banco de toda esa violencia. Pero el relato oficial es antagónico al mío a tenor de las consecuencias finales, el vecino no solo está desahuciado también encausado por atentado a la autoridad, el policía sigue en funciones porque lo suyo fue defensa propia y el banco se ha quedado con la casa. Bueno, el banco ni siquiera aparece en el relato oficial, es como esos policías infiltrados (¡qué soy compañero, coño!) que provocan disturbios, nunca salen en la tele. En esto de la violencia, como en todo, depende del lado de la sociedad que habites.

Por eso, al igual que Unidas Podemos, yo tampoco condeno los disturbios de las manifestaciones que piden la libertad de Hasèl. Por eso y porque estoy harto que me exijan lo que tengo que condenar, lo que es reprochable y lo que es permisible. Herir con armas de fuego a vecinos de Linares es asumible, quemar un contenedor no. Sacarle un ojo con una pelota de goma a una chica en Barcelona es asumible, pero darle patadas a una papelera debe ser condenable. No voy a condenar lo que ellos quieran, cuando ellos quieran y como ellos quieran. Porque lo que buscan no es la ausencia de violencia, lo que quieren es seguir teniendo el monopolio de la violencia, ser la brújula moral que determina lo que es violento y lo que no y, además, tener la autoridad para hacerte condenar la violencia que a ellos no les gusta. A los que disparan con fuego real contra vecinos o revientan ojos con pelotazos de goma, no les concedo ninguna autoridad para exigirme condenar la violencia.

El sistema tiene un gran interés en que rechacemos cualquier forma de movilización fuera de lo políticamente aceptable e institucionalizado. Los mismos que nos saquean diciéndonos que es por nuestro bien, tratan de decirnos cómo debemos defendernos y luchar frente a ese saqueo. Por ello, eliminan cualquier ejemplo de violencia popular en la historia gracias a la cual se han logrado importantes avances, así como cualquier episodio violento de líderes de izquierdas para hacerlos asumibles. Debemos renunciar a cualquier tipo de violencia y hacer como las sufragistas, nos pedía esta semana Elisa Beni, periodista de Onda Cero.

Pareciera que Pepe Mujica nunca hubiera sido guerrillero Tupamaru, que Mandela no hubiera creado la lanza de la nación, el brazo armado del CNA o que las propias sufragistas nunca hubieran colocado una bomba en casa del ministro británico de finanzas David Lloyd George en 1913. Y es que casi cualquiera que haya luchado de manera decidida contra el poder ha recurrido en algún momento a algún tipo de violencia, sobre todo si ha logrado salir victorioso de la contienda.

Max Weber, ya a comienzos del siglo XX, definía el Estado como quien ostentaba el monopolio legítimo de la violencia. El poder político, por tanto, no es otra cosa que el control de la violencia legítima, es decir, la posibilidad de utilizar la violencia sin que se llame violencia sino justicia. Cuando nos piden que condenemos la violencia, realmente lo que nos están pidiendo es que les sigamos permitiendo ese privilegio de ejercer la violencia legítima, que sigamos no solo sufriendo su violencia sin resistirnos, que además no la cuestionemos como justa.

En política no cabe la ingenuidad y menos cuando la historia es tozuda y demuestra que la clase que ostenta el poder económico (y por tanto político), jamás ha renunciado al mismo de forma voluntaria y que siempre las conquistas de las clases subordinadas, han sido mediante conflictos más o menos violentos. Ya lo siento, los leones comen gacelas, la lucha de clases es violenta y al igual que la muerte, la violencia es tan indeseable como inevitable. Por ello, cuando desde el poder mediático nos traten de embaucarnos con falsas moralinas de no violencia, no debemos olvidar que lo que les preocupa no es la violencia, sino que despojados de toda su moralina nuestra lucha sea decidida y con todas las consecuencias, lo que les preocupa es la posibilidad de que podamos ganar.

Otra cosa es qué utilidad tienen los disturbios en el momento actual. Yo tengo mi opinión al respecto, pero la manifestaré dónde y cuándo sea útil para mi objetivo final. No voy a participar en un acto de arrepentimiento público exigido por los mismos que diariamente justifican, legitiman y practican la violencia del sistema, ya que solo serviría para reforzar su papel de brújula moral y monopolista de la violencia. Una cosa es condenar, otra justificar y otra entender.

Cuando en Linares, con un 30% de paro, la policía da palizas a los vecinos y les dispara con armas de fuego, pues entiendo que intenten asaltar la comisaria. Que también es violencia. O cuando con 4 millones de parados y un 30% de exclusión social, el Rey se enriquece a base de comisiones ilegales, se fuga con la pasta, los jueces dicen que todo bien y el Estado encima le premia costeándole los gastos del exilio, pero encarcela al que lo rapea, pues entiendo que a más de uno se les hinchen las narices y hagan algo que no justifico, pero tampoco condeno, porque en el fondo lo entiendo. Como entiendo al vecino desahuciado que pega hachazos, que consigue lo mismo que él que da patadas a la papelera. Nada. Pero ¿qué esperan? ¿imponernos constantemente injusticias con violencia estructural y que a nadie se les hinchen las narices nunca? Y cuando esto ocurra ¿qué salgamos a condenarlo de la mano de los violentos oficiales, en un mismo plano de igualdad que legitime la violencia que ellos continúan ejerciendo impunemente contra nosotros? Pues va a ser que no, que no vamos a dejar que nos enreden con sus moralinas de clase dominante que solo buscan perpetuarlos.

El contexto nos puede hacer entender la violencia, pero para nosotros la violencia no puede ser un desahogo, nosotros tenemos un objetivo final. Tampoco para nosotros la violencia es una estética o el fetiche en el que el izquierdismo siempre ha tratado de convertirla. Como todas las tácticas, a veces puede ser necesaria, otras contraproducente y en algunas inevitable. Pero seamos nosotros en base a nuestros objetivos los que decidamos cuando y como usarla, que no nos marquen otra vez las cartas y los términos del debate.

Porque lo que debemos estar analizando son las causas de lo que está ocurriendo y las posibilidades que se abren. Porque las movilizaciones están siendo masivas, en toda España y con un marcado carácter juvenil. Ocurrió ya durante la aprobación del segundo estado de alarma a finales de octubre del año pasado, donde en el contexto de nuevas restricciones también se produjeron disturbios con la juventud como protagonista. Segundo aviso de que estamos sentados sobre un polvorín. Mas de un 40% de paro juvenil permanente, en una juventud que sólo ha conocido la crisis y que además llevamos casi un año confinándola, privándole de la recompensa del ocio. Como para subestimar su cabreo encarcelando raperos por decir la obviedad de que el rey es un corrupto.

Caprichos del calendario, estas movilizaciones por la libertad de Hasél se producen cuando prácticamente cumplimos 10 años del 15M, la última gran movilización de carácter juvenil. Pero esta juventud ya no se sienta en las plazas y levanta las manos, 6 años de ley mordaza (¡y lo que nos queda!) han sido su particular domingo sangriento, ya no busca el consenso ni pide más democracia porque su objetivo ya no es sentirse representado. Seguramente no crean en opciones electorales porque se sientan defraudados por este último ciclo, ni atienden a moralinas del mismo sistema que los tiene sometidos a una violencia estructural y permanente.

Un polvorín que, desde una óptica revolucionaria, puede ser una oportunidad. Pero también como la izquierda fallemos, un enorme peligro con la ultraderecha cada vez más presente y normalizada en nuestra sociedad, precisamente por esas mismas empresas de comunicación que se escandalizan por el contenedor quemado.

Alberto Cubero
Artículo publicado en Arainfo

  1. ZORITA DIAZ RAUL Says:

    Históricamente todo cambio social importante se ha hecho con violencia, ya que la clase dirigente en el poder nunca ha cedido privilegios y estatus de forma pacífica

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