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Si se está rompiendo España, ¿quién la está rompiendo?

¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase en boca de la derecha rancia de este país, con El Procés y con las aspiraciones de la comunidad vasca?

Pero cuando trato de analizar esa palabra, me refiero a la palabra rompe, mi cerebro inicia un  proceso de definir, primero qué significa España, para mí. Interpreto que España es un conjunto de ciudadanos que habitan un territorio perfectamente definido y delimitado, pero, por encima de todo, que comparten una determinada cultura, una lengua común, y diversas lenguas diferentes que enriquecen aún más su aspecto cultural. Interpreto que ser español es ser solidario, y así lo hemos demostrado a lo largo de los siglos. Que ser español es ser tolerante, porque, en la historia está, que hemos convivido con distintos pueblos aceptando sus costumbres, sirva como ejemplo los ocho siglos de convivencia con los pueblos árabes. Y sirva como ejemplo las manifestaciones de todos aquellos que han inmigrado a nuestro territorio y que desean permanecer con nosotros.

Por eso, cuando leo, o escucho que España se rompe, solo se me viene a la mente que España se rompe cuando se le roba, cuando se dilapida el dinero de las arcas públicas, cuando los grandes capitales se fugan a paraísos fiscales con objeto de no pagar impuestos, que, dicho de otro modo, es no querer contribuir al desarrollo del país. Eso es no querer a España, eso es romper España. Romper España es defender esa conducta perniciosa y nociva desde los grandes medios de comunicación. Y romper España es defender esa actitud, depositando el voto en quien realiza esas prácticas.

Justificar las actitudes de uno en función de las actitudes de otro no es más que una trampa para el que desee caer en ella. Se trata de un mecanismo de justificación, en algunos, inconsciente, en otros, absolutamente consciente. Pero unos deberían saber que “mi actitud no se justifica por la actitud de lo que haga otro”, y otros, de hecho, lo saben, pero continúan practicando comportamientos impropios, delictivos, inmorales y vergonzosos.

Es una vergüenza que debería abochornarnos a todos, independientemente de nuestra ideología política, que existan tantos cargos políticos del Partido Popular en el banquillo de los acusados por corrupción. Es inmoral e indigno que el Partido Popular esté acusado de organización criminal, y que algunos de sus miembros estén dirigiendo nuestro destino económico, social, cultural y hasta militar.

Es impropio de un país democrático que, después de haberse demostrado la existencia de una trama, de una auténtica tela de araña, para delinquir y sustraer el capital de los ciudadanos, depositado en las arcas públicas, un partido político pueda continuar existiendo como tal, y, aún menos, gobernar.

Es sonrojante que una prensa que se autodenomina independiente, se dedique a defender, o, en cualquier caso, a justificar, estas indecentes actitudes.

Es asombroso que un partido que se autodenominna socialista, no haya presentado ya una moción de censura para expulsar a una mafia que ha copado todos los órganos del poder y continúe mirando hacia otro lado, o desviando la atención hacia otros focos de interés.

Es inconcebible que una, nada desdeñable parte de la ciudadanía, continúe otorgando la confianza a la mafia que nos gobierna. ¿Cómo es posible que puedan vivir tan engañados? Es posible entender que en nuestro país no exista una consolidada cultura democrática y política, ya que arrastramos el lastre de cuarenta años de sometimiento a un régimen dictatorial, corrupto e implacable que se esmeró profundamente en difundir una propaganda contra las ideas progresistas y en defensa de una ideología reaccionaria, además de en inculcar a la población la normalidad de las corruptelas y corrupciones. Así, existe todavía una buena parte de la ciudadanía que interpreta la corrupción como un signo de normalidad, inherente al poder y a la clase dominante. Y la derecha española, apoyada por su batería de medios de información afines, se ha esmerado en mantener esa llama encendida, mientras ellos se reparten la tarta, dejando en la precariedad al resto de la población.

La mayor labor que tenemos, aquellos que somos conscientes de la situación tan escandalosa en la que vivimos, es pedagógica. Tenemos el deber de concienciar a nuestros conciudadanos de que no vivimos en los años 60 o 70, de que, si realmente queremos ser una democracia, tenemos que expulsar de los aparatos del Estado y de la economía, a todos los parásitos que descienden del régimen político anterior y que continúan chupándonos la sangre como sanguijuelas.

El PSOE debería, además, realizar una reflexión profunda y apartar de su ideario político todas aquellas connotaciones del régimen del 78 que sostiene a ultranza su vieja guardia, alejar de la primera fila de la política a los acólitos de los González, Guerra, Bono y demás momias de ideologías conservadoras, instalados en la defensa de una Constitución que tuvo su momento, pero que ya no sirve a las necesidades de la ciudadanía de hoy en día.

 Víctor Chamizo
Artículo publicado en Rompamoslosgrilletes

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