Siri Hustvedt ha cimentado su prestigio literario al margen de la popularidad, apartada de los focos de la fama, que es un zona umbría pero apropiada para aquilatar una obra compleja, cuidada, libre de apresuramientos. La altura de Siri Hustvedt es una metáfora de carne y hueso de su talla intelectual, que ha abarcado campos dispares del conocimiento, como la psicología, el arte y la novela. Su última ficción es «Elegía para un americano», un texto de contornos porosos donde reflexiona, a través de esa obsesión americana que es el padre, sobre la memoria, el recuerdo y las raíces propias. La escritora y pareja de Paul Auster, que recibirá el viernes el Princesa de Asturias de las Letras, comenta algunos de esos hilos que tejen sus libros.

–¿Qué dice la psicología de los artistas?

–La base de la creatividad es la misma para el poeta y el físico. Einstein describió su trabajo como «visual», «musculoso» y «emocional». Esto también se puede aplicar al poeta, al chef, al panadero y al diseñador. Antes de escribir una fórmula o un poema hay imágenes, ritmos y sentimientos que comienzan a darse a conocer en el pensador o en el artista. El material inconsciente siempre está en el trabajo. Con el tiempo, gran parte de lo que hemos aprendido, leído o entendido se vuelve inconsciente. Forma parte de un profundo repertorio automático dentro de nosotros. Los personajes surgen de esta geografía que yace bajo la conciencia. Como en los sueños, creo que los de ficción son a menudo compuestos de personas que he conocido, pero la mayoría de las veces no tengo ni idea de quiénes son. Los personajes no están hechos de conceptos psicológicos conscientes. Surgen de los profundos recovecos del yo, que es un lugar habitado por multitudes: personas reales que he conocido y personajes de ficción de libros leídos, películas vistas y otras fuentes.

–¿Y cuál es el papel de la memoria y de la imaginación en la ficción?

–Memoria e imaginación están estrechamente unidas. La memoria está llena de imaginación y no hay imaginación sin memoria. Para imaginarte a ti mismo en el futuro, por ejemplo, recurres a tus recuerdos del pasado. Pero cuando evocas transformas tu pasado a través del presente. Los recuerdos no son documentales de lo que realmente nos sucedió sino imágenes mentales y palabras que cambian con el tiempo vinculados a nuestras emociones. En mi novela más reciente quería que el lector sintiera la inestabilidad de la memoria, pero también el poder de la imaginación para reescribir, reconfigurar y recontextualizar partes dolorosas del pasado desde la distancia del presente.

–¿Puede ayudarnos la literatura a comprender mejor nuestro pasado?

–La buena puede romper las convenciones que con frecuencia determinan cómo vemos y experimentamos el mundo. Puede ayudarnos a ver, escuchar y sentir el mundo desde otra perspectiva. En cuanto a nuestro pasado, las experiencias que tenemos cuando leemos libros conllevan menos riesgo que la experiencia real. Significa que podemos viajar a lugares peligrosos que evitaríamos en la vida real. Este simple hecho nos permite ampliar nuestras vidas a través de otras ficticias y, a través de ellas, reconocemos algo sobre nosotros mismos, lo que nos ayuda a revisar el pasado con mayor comprensión.

–Vive en Estados Unidos, pero sus orígenes son noruegos.
–Crecí con dos idiomas. Siempre supe que las cosas en un lugar no son como en otro, que hay algunas que se pueden expresar en una lengua pero no en la otra.

–Ha escrito sobre arte. ¿Cómo veo hoy el mercado?

–He tenido profundas experiencias con el arte visual y me ha encantado escribir sobre obras que me han cautivado, desconcertado y fascinado. Existen artistas maravillosos trabajando hoy y otros cuyo trabajo me deja fría e indiferente. El mercado del arte tiene coleccionistas serios que se preocupan por el trabajo que compran y personas que están aprovechando una inversión para obtener ganancias. Como la mayoría de los mundos pequeños, resulta admirable y ridículo. El del arte tiene un largo camino por recorrer cuando se trata de mujeres. A la cultura aún le cuesta reconocer y aceptar el genio artístico en las féminas, aunque poco a poco está mejorando.

–¿Y le cuesta a las mujeres que sean reconocidas como escritoras e intelectuales?

–Cuando el intelecto está en un cuerpo femenino su valor a menudo se subestima. Todavía es difícil considerar a una mujer como una autoridad en cualquier campo. No tuve problemas en la escuela de posgrado mientras obtenía mi doctorado, pero me resultó difícil encontrar mentores en una facultad que era abrumadoramente masculina. Los profesores se sentían mucho más cómodos con los estudiantes varones. El escritor que hace referencias esotéricas, alusiones literarias y diseña estructuras y juegos complejos para su lector es admirado y defendido. Si una mujer trata los mismos temas a menudo se reciben con irritación y enojo. El doble rasero es tan risible como trágico. Pronuncio bastantes conferencias y unas veces me acogen bien, mientras que otras recelan de mí. Y esa hostilidad me interesa porque la he visto dirigida especialmente a mujeres seguras y poderosas que no se disculpan por lo que saben. Me parece positivo admirar el conocimiento, confianza y poder de un hombre. En una mujer, esos atributos se perciben como una traición a la identidad maternal, cariñosa y calmante que se presupone que tiene. Sea madre o no, se la ve actuando como una mala madre, una mujer por sí misma, descuidando a quienes debería consolar. También he descubierto que algunos hombres ven mi conocimiento como una disminución propia, lo cual es absurdo.

–¿Cuál es el desafío del feminismo?

–Asegurarse de que las niñas lleguen a la escuela en todo el mundo y que pueda aumentar así su poder político, económico y cultural. Queremos que más mujeres hagan más cosas, pero son solamente seres humanos, ni mejores ni peores que los hombres.

Javier Ors
Artículo publicado en La Razón