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Testosterona cómplice

Dos hechos terribles pero trágicamente habituales han saltado a los diarios en los últimos días. Un conocido periodista catalán –Alfons Quintà— asesinó a una doctora en Medicina en Barcelona y escribió en una carta de despedida antes de suicidarse, que ella, que era su pareja, quería dejar de serlo. Pocos días después, una diputada del Parlamento andaluz, portavoz de su grupo político, es abordada en una reunión institucional en la Cámara de Comercio de Sevilla y, en presencia del presidente de la Cámara y de otros empresarios, un consejero de la Cámara – Manuel Muñoz Medina— se abalanza sobre Teresa Rodríguez y entre risas le tapa la boca y la besa. Estaban con unas copas de más, dan como disculpa lo que debiera ser un agravante.

¿Qué tienen que ver una y otra agresión? Pues tienen mucho que ver porque forman parte del hilo conductor que hace posible que las mujeres acaben muertas en manos de los hombres que dicen amarlas, que dicen desearlas. Porque estos hombres que acosan quiebran la voluntad de las mujeres; y en algunos casos, la vida. A Quintá ya no le quedaba más que impotencia e ira que volvió, tras matar a Victoria Bertrán, contra su propia vida. No siempre ocurre así.

El empresario sevillano actuó frente a los palmeros que reían sus gracias, sus atrevimientos, todos ellos miembros de la Cámara de Comercio, tan divertidos.

Es la misma  lógica de aquellos jóvenes que en las fiestas de Pamplona hace unos meses violaron a una joven entre todos y compartieron su hazaña en las redes para darse postín. Un postín que los ha llevado a los tribunales como delincuentes de la peor calaña.

Tras la muerte de Victoria Bertrán,  numerosos periodistas varones y algunos medios en los que trabajó  el asesino, Alfons Quintà, que fuera director de TV3, han escrito de él que fue un abusador, un misógeno, un acosador, un maltratador. Hubo quien citó que la madre  de Victoria hace ya varios lustros se acercó al escritor Quim Monzò y le dijo que temía por su hija.  Nadie hizo nada. Silencio cómplice, risas complacientes con el jefe. Machismo en vena. Copitas de más. Testosterona cómplice en las redacciones donde tantos periodistas siguen encontrando gracioso el abuso de poder contra las mujeres.

Quintà continuó al frente de equipos, ejerciendo su poder y su maltrato, abusando ante la complicidad de todos. ¿A cuantas mujeres acosó? A cuantas, solas o ante otros, ridiculizó, humilló, a cuantas acorraló o agredió desde el poder de jefe omnímodo, del silencio de los otros, de tu palabra contra la mía? A otras asedió, a Victoria además, la mató.

No todos los Quintà asesinan; no todos los Quintà se suicidan. Pero lo que la tarde del pasado dia 20 pasó en la Cámara de Comercio de Sevilla, pasa todos los días y le pasa a todas las mujeres de niñas y de adultas. Pasa en la vida privada y en el mundo laboral. Ante otros hombres, entre conocidos, familiares y amigos o en la soledad de un despacho de la empresa privada o de la pública o en la nave de una fábrica, o en la habitación de un hotel contra una camarera, lo contaron los diarios cuando una trabajadora de la limpieza denuncio al presidente del FMI Dominique Strauss-Kahn.

Teresa Rodríguez ha denunciado al agresor que parece no dar crédito al chaparrón que le está cayendo. Él, tan  lenguaraz, tan capaz de “vender a cualquiera cualquier cosa”, tan esposo, tan abuelo, tan septuagenario, tan fundador de su empresa, tan padre, tan empresario de éxito “sin saber inglés” como cuentan en los diarios.

Vivimos en un mundo donde reina la misoginia y el machismo tiene impunidad. Una impunidad que se quiebra cuando los abusadores se equivocan de escenario y pierden por completo los papeles y se encuentran frente a mujeres que han reunido las fuerzas y cuentan con los apoyos para defenderse ante la ley. Los agresores deben ser denunciados. Abusar, acosar, menospreciar, son delitos y perseguibles de oficio.

Para ponerle freno a los Quintà, a los Muñoz Molina a quienes hacen de una violación una hazaña necesitamos la movilización de las mujeres pero también necesitamos el fin del silencio de los hombres.

Con Teresa Rodríguez. Por la memoria de Victoria Bertrán, la doctora tan querida por su gente en el centro sanitario donde trabajaba. Por el fin del silencio, de la complicidad.

Llum Quiñonero.
Artículo publicado en ElDiario.es

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