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Un tanga de encaje negro

«La justicia patriarcal es del todo injusta y parcial. Los derechos reconocidos en las leyes se ven negados y hay una marcha atrás patente»

Era el año 1989 cuando un juez de la audiencia de Lleida dictaminó que una mujer de 17 años «había podido provocar inocentemente» a su jefe, que era acusado de abusos. La tristemente conocida sentencia de la minifalda fue confirmada por el Tribunal Supremo. El año 2018 algo muy parecido ha ocurrido en Irlanda, una víctima de violación llevaba un tanga negro y por este hecho el juez interpretó su consentimiento y absolvió al acusado de haberla violado. Las mujeres agredidas pasan a ser juzgadas porque se interpreta, moralmente, su atuendo.

En la sentencia conocida por «la Manada», uno de los jueces interpretó que la violación eran «actos sexuales que se produjeron en un ambiente de fiesta y alegría», como si una mujer de 18 años con 5 individuos que la doblan en volumen y edad fuera una fiesta. De nuevo se juzgaba la víctima desde una visión del todo vejatoria. El mismo tribunal ha condenado sólo a 10 meses y 15 días de prisión y al pago de una indemnización de 5.150 euros, al hombre que intentó estrangular, ante sus hijas de tres y seis años, a la mujer de la que estaba en proceso de divorcio. Además consideró que era «maltrato ocasional».

La ley no protege suficientemente las mujeres ante la violencia machista pero, además, la interpretación que se hace de la ley por parte de unos y unas jueces que no tienen en cuenta el dolor, el desamparo, la revictimización, el derecho al propio cuerpo y, sobre todo, que con una sola vez que se diga no, ya se está expresando que no hay ningún tipo de voluntad de mantener relaciones, que no hay consentimiento posible y que la agresión se ha llevado a cabo sin tener en cuenta esta negativa, esta voluntad y se han vulnerado los derechos de la víctima.

Como dice Irantzu Varela, víctimas somos todas. Unas sufren agresiones y violencia, a menudo extrema, todas somos víctimas constantes de los micromachismos, discriminaciones, juicios morales. La falta de empatía del sistema judicial hacia las mujeres que han sufrido violencia y agresiones sexuales es del todo evidente. El sistema las desatiende y no se tienen en cuenta ni sus necesidades ni su sufrimiento. Se pone al mismo nivel la víctima que el agresor, se desprecia cuando las demandas de medidas de prevención y alejamiento no se dictan y las mujeres agredidas son las que tienen que dejar su entorno, su vida y encerrarse en su casa por miedo a volver a ser agredidas.

En Barcelona, ​​este año, se ha atendido a más de una mujer agredida al día. Una de cada diez mujeres atendidas ha sufrido violación en grupo, 3 de cada 10 han sido drogadas, 6 de cada 10 son menores de 25 años y 7de cada 10 han sufrido penetración vaginal, anal o bucal; además cada mes dos menores son violadas. ¿Dónde está el consentimiento? ¿Por qué algunos hombres no entienden un no por respuesta? La sociedad androcéntrica y machista juzga las mujeres y fortalece los agresores.

La justicia patriarcal es del todo injusta y parcial. Los derechos reconocidos en las leyes se ven negados y hay una marcha atrás patente. La falta de apoyo y las sentencias absolutorias (un 32’6% lo son) hacen que las víctimas sean juzgadas por la sociedad: cómo visten, en qué barrios se mueven, a qué horas están en la calle… las denuncias ya no son una garantía para la reparación, la libertad femenina se considera perjudicial para la seguridad femenina. Un tanga de encaje negro puede terminar siendo el que condene socialmente y absuelva al agresor.

Es del todo obvio que si las sentencias no aplican las leyes, éstas no sirven para protegernos. La justicia no da respuesta a una realidad social que está tomando dimensiones altamente preocupantes. El sistema ha construido el contrarrelato de las denuncias falsas y del síndrome de alienación parental, relatos probadamente falsos, demostrado por diferentes ámbitos profesionales, pero que están en el imaginario colectivo y que ayudan a negar el derecho de las mujeres a tener derechos.

Carme Porta
Artículo publicado en Sin Permiso

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