XVII FORO CAMBIO DE CONSCIENCIA PARA UNA NUEVA ERA

Juan Soto Ramírez

Vivir despierto en tiempo de turbulencias

JUAN SOTO RAMÍREZ PONENTE

La verdad es que estoy contento, estoy feliz de estar hoy aquí. Otros años estaba en la otra parte, escuchando al ponente, y este año me han puesto en este compromiso de ser yo, sobre todo para hablar de una cosa que no es habitual en mí.

Yo tengo, un cierto hábito de hablar de política en público, pero de esto es mi primera vez, por eso no es fácil, no lo es. Pero es algo que viene de lejos, tan lejos como mi propia vocación política, mi compromiso social y, si bien es cierto que en pequeños grupos, de una forma más intimista y más personal, es un tema que he desarrollado, reflexionado y compartido, dar ya el salto a exponerlo en público es otra cosa, afortunadamente hoy estoy muy a gusto con vosotros y vosotras, y eso facilita muchos las cosas.

Quiero agradecer a Marita sus palabras, su amistad y su cariño de muchos años. El nexo de unión es el de la Fundación, es Hugo.

Hugo representa de alguna manera lo que voy a contar hoy, pero probablemente de una manera más innata. Voy a hablar del trabajo interior para poder abordar el cambio exterior, pero hay gente que prácticamente no necesita trabajarlo, que tiene incorporado de serie el pack completo.

Contenido

Vivir el presente con pasión y con conexión lo hacía Hugo de una forma natural. Vivir considerando el mundo y la humanidad como una gran familia, también lo consideraba Hugo de manera natural, con lo cual yo también voy a hablar de eso. Pero, es verdad que hay gente que tiene muy desarrolladas estas cualidades de una forma muy natural. Por eso hay personas que hacen el mundo mejor, porque su impacto en el mundo, en su entorno, es un impacto enriquecedor, positivo, que hace crecer, que genera redes, que genera empatía; y hay otras personas que son más problemáticas, más tóxicas, pero que tienen la capacidad de cambiar y sobre todo, la mirada que hemos de tener sobre estas personas tiene que ser necesariamente distinta, no como entes, personas independientes, autónomas, separadas, que confronten con otras personas, … y de eso quiero hablar hoy.

Tengo muchos papeles escritos desde hace tiempo, pero he renunciado a leer una conferencia. Quiero hablar desde la conexión con el momento, con el aquí y ahora, con el presente… Lo decía ayer, que nos reunimos para preparar esta sesión, no sería justo ni coherente tomar unos papeles prefabricados desde hace no sé cuánto tiempo, enlatados, para hablar hoy, aquí y ahora. Eso tiene que surgir, tiene que fluir, ya veremos que sale. He tomado unas notas, sí, pero quiero que sea algo más vivencial, más experiencial que algo más racional, porque precisamente de eso quiero hablar y quiero que el proceso tenga cierta coherencia.

Decía Claudio Naranjo: «Los males del mundo son los males del alma, de modo que la codicia, la violencia, son una amplificación de nuestros conflictos interiores.»

Pues es verdad. Creo que al final nos damos cuenta, incluso para alguien que se dedica desde hace algún tiempo a la actividad política, es verdad que con un cierto grado de decepción, que la política lo que intenta es cambiar desde la superestructura, desde arriba, y hemos visto que esos cambios hechos desde arriba son cambios cogidos con pinzas que se desmoronan como un castillo de naipes en cuanto aparece alguna circunstancia adversa. Hemos visto como en el corazón de Europa, en la ex Yugoslavia, hace nada en términos históricos, había genocidio y limpieza étnica. Pensábamos que la sociedad había alcanzado un nivel civilizatorio suficiente como para impedir esto, aquí en el corazón de Europa, y sin embargo ocurrió. Por eso, creo que no estamos vacunados, no estamos inmunizados ante ese tipo de barbarie, incluso en este momento, incluso aquí en nuestro país. Por eso creo que la superestructura y la política es una herramienta eficaz, pero si no está anclada precisamente en el cambio individual, el cambio interior profundo, sirve de poco, porque en cualquier momento se puede desmoronar; mientras que si tenemos los anticuerpos suficientes como para, ante una situación de dificultad, generar una masa crítica, social y cultural, esas cosas son más difíciles que ocurran.

Para empezar a hablar de este tema, hablaré de la felicidad. Voy a hablar bastante de la felicidad, del amor, de cuál es nuestra percepción errónea, qué paradigma propongo yo,… Es un paradigma que es verdad que bebe de tradiciones muy antiguas, como os he dicho de la espiritualidad oriental mucho, del taoísmo, del budismo, del hinduismo, pero también de filosofías más próximas y reinterpretadas en todo caso desde mi propia posición personal y no tanto desde la razón, como digo, sino desde la propia experiencia. Y por eso, con toda humildad, me voy a acercar a este tema. Con toda humildad, porque yo sobre todo creo en el intercambio, aprender de vosotros en los talleres, y no vengo aquí a dar una lección magistral; vengo a trasladar unas sensaciones y unas impresiones que a mí me han servido y me sirven para navegar por esta vida y que creo que además estamos en un momento crítico de la humanidad, y que, necesitamos dar ese salto de conciencia para abrir una nueva etapa.

Lo que voy a proponer, lo que voy a intentar desarrollar, es que necesitamos pasar del viejo modelo egocéntrico y limitado a un modelo de conciencia más expandida y holística.

El viejo modelo egocéntrico que nos ha acompañado durante miles de años, es un modelo fracasado, porque es falso, porque es aquel que nos dice que seremos felices si nos completamos con otras cosas, que seremos felices si conseguimos y nos identificamos con determinados elementos de creencias, de cosas, de personas,… y que si no las tenemos, no vamos a ser felices.

Nos perdemos muchas cosas por el miedo a perder. Esa visión egocéntrica nos lleva a crearnos un yo ilusorio, un falso yo, que conforma el conjunto de nuestro territorio personal, de identificaciones: mi idea, mi ideología, mi casa, mi cuenta corriente, mi coche, mis amigos, mi, mi, mi, mi… y eso es lo que yo entiendo por mi personalidad, que además es mi coraza, mi coraza defensiva para ir por la sociedad. Por tanto, a través de una interpretación engañosa creo que yo soy eso, pero yo no soy eso, porque todo eso es absolutamente efímero.

Los que habéis entrado aquí esta mañana, no seréis los mismos cuando salgáis. Si hay algo que es absolutamente constante es el cambio, es la impermanencia. Todo está en proceso continuo de evolución, de cambio, dentro de nuestros organismos, fuera, en definitiva, todo es cambio y eso es la única constante. Por eso, querer retener el cambio, querer congelar el cambio, es absurdo, es inútil y aparte de ser todo impermanente, todo es interdependiente, todo está interconectado.

Nosotros no somos entes autónomos. Nos creemos entes autónomos porque nos hemos identificado con un determinado yo ilusorio y a partir de ahí atacamos y defendemos. En cuanto vemos que el territorio de nuestro ego se ve atacado, enseguida reaccionamos a través de estrategias de ataque-defensa y por eso siempre estamos en posiciones reactivas, en posiciones defensivas. Y yo propongo que no hay que estar reaccionando continuamente, hay que estar actuando desde otra posición. Tenemos que salirnos del rebufo de la acción-reacción. Es un rebufo tremendamente pernicioso porque está basado en la confrontación, que es falsa, y que nos hace vivirnos como entes y como seres humanos separados los unos de los otros. Y no solamente seres humanos, sino separados del medio natural, el medio animal,… del que formamos parte de una forma armónica y con un equilibrio que se ha creado y que no debemos destruir. Nos sentirnos los dioses del mundo, desde un punto de vista absolutamente endogámico y rechazamos todos estos niveles de equilibrio que se han producido. Por eso, creo que es importante saber que la felicidad es algo que viene de la asunción de determinados valores.

Adela Cortina, en el foro en el que participó, decía algo así: «Cuando uno busca el hedonismo y el placer rápido en la vida como forma de felicidad, la justicia social le resulta insoportable».

Es verdad que el materialismo, el individualismo, en definitiva las proyecciones de esa conciencia limitada, el ego que se manifiesta a través de la competencia, la competitividad, a través del consumismo, etc. son elementos de enganche muy fuertes, muy adictivos, pero no es menos cierto que hay otro espacio, hay otro conjunto de valores tan fuertes, tan poderosos, tan contagiosos que son capaces, cuando se experimentan, de desplazar estos valores negativos. Valores, como la empatía, que es la capacidad de ponerse en el lugar del otro y sentir con el otro; el altruismo, que es la capacidad de renunciar a parte de tu bienestar propio para buscar el bienestar de los demás; el amor, la generosidad, la fraternidad,… todos son elementos que también nos hacen sentirnos vivos, aunque tengan un punto de molestia, aunque tengan un punto de incomodidad o de dolor… También decía Adela, en esa conferencia, que el llanto de un niño durante toda una noche para una madre, claro que es molesto, como para todos, pero el estar esa noche con él, acunándolo e intentando serenarlo, tiene un nivel de satisfacción y de compensación en términos humanos y en términos de movilización de lo mejor del ser humano, que puede perfectamente también arrinconar y desplazar esos valores más individualistas, más materialistas….

Por eso, tenemos una forma de entender el mundo muy complicada. Esa forma, a través del prisma del ego, esa forma errónea, hace que actuemos contra natura, porque lo que queremos es que la realidad se adapte a nuestras expectativas.

El mecanismo es el siguiente: tenemos una serie de identificaciones, que llamamos nuestra personalidad, que es nuestro yo ilusorio y que creemos que somos eso. A partir de ahí generamos expectativas: nos vamos al futuro; nos vamos al pasado, con los recuerdos; queremos retener el pasado, congelar el presente, cuando todo es impermanente, todo fluye; queremos anticipar el futuro y sufrimos por la pérdida de algo a lo que estamos apegados. Pero lo más absurdo, es que también sufrimos por la pérdida de algo que nunca tuvimos, es una expectativa pero ya nos hemos apropiado de ella anticipadamente: «cuando tenga eso seré feliz y no lo tengo, pero no lo he tenido nunca y sufro porque lo he perdido». Pero si no has perdido nada, si no lo tenías, era una expectativa.

Por tanto, nos perdemos porque no sabemos aceptar. Ahí tengo una pequeña diferencia con lo que estaba comentando Marita sobre la aceptación. Yo creo que la solución de todo es la aceptación, que no hay que confundir con la resignación, con la claudicación, con la indiferencia,… no tiene nada que ver.

La aceptación, ¿qué es? La aceptación es aceptar lo que es. Lo que es, es. ¿Habrá algo más absurdo que negar lo que es, que enfadarnos por lo que ya es? Nos enfadamos todos los días por lo que ya es. Nos pasan cosas y nos enfadamos porque no nos gustan, porque no se adaptan a nuestro yo ilusorio, a nuestras expectativas y a nuestros deseos; porque la realidad se empeña en ser distinta a la proyección mental que tenemos de esa realidad, porque forcejeamos con la realidad.

¿Habrá algo más absurdo que forcejear con lo que ya es, con lo ya ha pasado, con lo que ya es recuerdo, con lo que aún no ha llegado, que es futuro? ¿Habrá algo más absurdo que eso? Por eso, me gusta la idea de soltar.

Soltar, en definitiva, es aceptar, aceptar lo que es, lo cual no quiere decir renunciar a algo mejor. Y la idea de la siembra viene bien.

Yo creo que sembrar, poner la mejor intención y atención en lo que hacemos, en lo que sembramos, en la vida, es fundamental. Estar presente. Buda decía que «estar vivo es estar atento». Si no estás atento, no estás vivo. Si estás en una maraña de pensamientos, circulares, neuróticos, que te llevan de aquí para allá, invasivos, que son absolutamente repetitivos, y que te divorcian, que te desgarran de la realidad, del aquí y ahora, no estás viviendo la vida. La vida te está viviendo. Es como estar en un autobús atravesando un paisaje maravilloso, con las ventanas cerradas y las ventanas son los pensamientos, el ruido mental, pero nos perdemos la existencia, la vida y el momento.

Por eso, no podemos forcejear con la realidad. La realidad hay que aceptarla y como en la siembra, pondremos nuestra mejor atención e intención en lo que hacemos, pero después no nos vamos a vincular emocionalmente al resultado de nuestra acción.

Vamos a sembrar, vamos a echar agua, vamos a esperar que el tiempo sea propicio, que haya sol y vamos a cuidarlo con mimo, con cariño y con cuidado, la siembra, la vida, lo que hacemos, nuestras aspiraciones, claro que sí.

No es malo tener deseos, es malo identificarnos con los deseos. Y es malo, en definitiva, el vincularnos a los resultados de estos deseos.

Si cuando yo he sembrado viene una tormenta y se lo carga todo, pues bueno, eso es lo que es. No puedo estar resistiéndome a lo que ha ocurrido. La vida es eso, es sembrar, en cada momento poner lo mejor de ti mismo en cada acción, pero después tu no controlas el resultado. Tú puedes controlar tu voluntad, una parte muy pequeña del resultado, tu voluntad. Pero el resultado es un conjunto, un escenario de posibilidades y de circunstancias que interactúan: en el pasado para que tu llegaras a ser quien eres (antepasados, vida, circunstancias,…), pero también el presente que interactúa en ti mismo y que hace que estés aquí y ahora.

Es casi un milagro que estés aquí y ahora en este momento haciendo esto, porque han tenido que darse una serie de circunstancias en términos vitales e históricos para que puedas llegar a ser lo que eres. Por eso tú controlas una parte mínima de tu resultado vital. Por eso, es absurdo, es contra natura también (volvemos al tema contra natura de no aceptar lo que es) resistirte a algo que no controlas de manera total. No tiene sentido.

Controlas un 5, un 1, un medio por ciento, pero en el resultado final van a intervenir muchísimas cosas más, y tu lo vas a hacer lo mejor que puedas desde tu ámbito personal, pero al final el resultado será el que será. Y ese resultado tendrás que aceptarlo, abrirte a la experiencia de aceptarlo, porque si no sufrimos, y sufrir se puede evitar.

El dolor es necesario, es inevitable. El sufrimiento, es evitable.

El dolor (me duele un dedo, me duele la cabeza, he perdido a alguien muy próximo o a alguien que quiero,…) claro que sí, ese dolor, es legítimo. Pero hay que hacer el duelo del dolor, porque cuando no haces el duelo del dolor, este se cronifica y te quedas a vivir en él, y entonces se convierte en sufrimiento, porque no aceptas la impermanencia, porque no aceptas que todos estamos continuamente en un proceso de cambio, naciendo y muriendo al mismo tiempo, no solamente como personas que nacen y mueren, sino nosotros mismos experimentamos un cambio continuo en nuestro interior, y tenemos que entender eso, ese proceso de fluir, que es otro concepto que me gustaría incorporar a conceptos como soltar, como aceptar, que me parecen muy ilustrativos de ese nuevo paradigma, porque después, como veremos, tiene también un impacto en la sociedad.

Mejorarnos, no para ser mejores nosotros, no solamente para ser más felices, que lo seremos, porque no tenemos sufrimiento, porque no tenemos miedo a perder, porque no somos nada, somos una ola que va a pasar. Somos una ola, eso sí, maravillosa, única e irrepetible, pero que si no tiene conciencia de su identidad como océano, no es nada.

Y nos empeñamos en ser una ola independiente, autónoma, que vive por sí misma y que se enfrenta a otras olas, porque se cree amenazada y eso es absurdo.

Y ahí el cambio, el cambio de pasar de nuestro territorio limitado, y engañoso, que nos hace ver y desvirtuar nuestra percepción de la realidad, a un cambio de conciencia donde nosotros somos parte del todo. Como ese dedo nuestro que tenemos, que cuando nos duele o tenemos una herida lo cuidamos para que no se infecte, y lo hacemos porque lo reconocemos como parte de nosotros, pero a la otra persona no la reconocemos siempre como parte de nosotros. Y nosotros estamos en los demás y los demás están en nosotros en ese proceso de interdependencia. Porque no tiene sentido, porque no se puede cambiar desde la mente. Porque Tú (otro concepto que me gustaría aportar) no puedes luchar desde la mente. No se puede.

Rompo algunos esquemas clásicos como el de «hay que luchar en la vida, en el terreno personal y profesional, en política». Y yo digo que no hay que hacerlo.

La lucha amplifica y le da energía a aquello contra lo que luchas, si son luchas de egos, y siempre o casi siempre lo son. Si luchas desde el rencor y desde el odio, desde patrones de agresión y de crítica al otro, porque no lo consideras parte de ti mismo, porque no lo consideras tu dedo, no lo tratas igual, lo que haces es que genere una coraza, que se defienda, que se alimente y que se enquiste mucho más.

No se puede apagar el fuego con fuego, no se puede cambiar la mente desde la mente. Hay que salirse de este ámbito y buscar otra dimensión para cambiar desde el amor o desde lo que queráis. Poned la palabra que queráis, pero no desde esa actitud reactiva, que es una actitud egocéntrica que alimenta y le da más energía a aquello contra lo que luchas.

A lo que resistes, persiste. Aquello contra lo que luchas, se fortalece. Por eso, hay que soltar y hay que desactivar el ego en lugar de reforzarlo, creer y pensar que todos formamos parte, efectivamente, de una gran familia y que todos somos interdependientes, que cualquier agresión contra el otro es una agresión contra mí mismo y contra la totalidad. Y eso, hay que experimentarlo más que entenderlo. Se puede entender racionalmente, pero muchas veces es más fácil experimentarlo; es decir, salirnos de los pensamientos repetitivos y del ruido mental e ir hacia la experiencia directa.

Yo sé que hay cosas que se pueden entender bien en términos racionales, que se pueden atisbar. Lo que os he estado contando hasta ahora, básicamente, podéis compartirlo o no, pero tiene un cierto razonamiento, una cierta lógica. Pero hay otras cosas de las que os voy a contar, que no os las voy a explicar desde el ámbito de la razón sino desde mi experiencia.

En ese sentido, creo que es importante hablar precisamente de amor. Primero hablare del amor egocéntrico para señalar lo que no es amor.

Nosotros, cuando amamos, intentamos completarnos con el otro o completar al otro. El amor lo que debe buscar es justo lo contrario. Cuando el amor está basado en las ataduras o la dependencia, no es amor, es egoísmo. Cuando uno lo que quiere es completarse con el otro no le está haciendo ningún favor, ni al revés, porque está generando situaciones de dependencia y no está buscando autonomía vital.

El amor se da y busca la autonomía emocional y vital del otro. No se genera desde un sentimiento de insatisfacción o de carencia que quiero completar con el otro.

Pero en la vida pasa lo mismo. Eso es el amor, pero en la vida es lo mismo. Intentamos completarnos con cosas externas a nosotros, porque tenemos un sentimiento de insatisfacción y de carencia y no lo hacemos desde la autonomía.

La felicidad no tiene causa, es un estado del ser y por tanto, si busco causas externas para ser feliz, seré tremendamente vulnerable, porque cualquier cosa que no salga desde mis previsiones, mis planes, mis expectativas, mis deseos y mis apegos no me harán infeliz y sufriré. Con lo cual, la felicidad es un estado del ánimo, un estado del ser, que ya está completo en sí mismo y que a partir de ahí se proyecta hacia los demás.

Me gusta poner una pequeña metáfora, que es la del faro y la aspiradora, que es un poco simple, pero ilustrativa.

Tenemos que ser faros y no aspiradoras. El faro es aquel que es capaz de, a pesar de las tormentas, de las circunstancias externas, de lo que ocurra fuera de sí mismo, mantener la luz, de irradiar la luz y de impactar sobre los demás, más allá de las circunstancias; de mantener ese centro de estabilidad, de paz y de ecuanimidad.

La felicidad tiene mucho más que ver con la ecuanimidad y la serenidad que con la apoteosis y la euforia, que a veces confundimos. Es ese estado y ese centro de paz y serenidad que uno consigue, donde ve con claridad y lucidez, donde percibe cabalmente las cosas, donde se siente como parte del todo y se siente interconectado, donde desde ese ámbito actúa casi sin pensar, de forma natural, y ahí es donde os pido que aceptéis mi experiencia porque no os lo puedo explicar racionalmente, uno se conecta con una inteligencia intuitiva, con un campo de conciencia más amplio, donde uno no hace ningún esfuerzo, donde uno actúa creando espacio dentro de sí mismo para que el mundo se mueva sin interferencias del ego. Es un canal de energía, no es un ego parapetado, limitado, que lucha contra unos y contra otros para mantener y defender su territorio, que es falso y es engañoso, que no existe, que es efímero y que pasara En ese campo de conciencia el ego no interfiere y uno recibe toda la energía del presente.

Acabo la metáfora: el faro es eso, la aspiradora es lo contrario. Es aquél que va por la vida aspirando todo, cuando hay algo positivo, aspira y subidón; cuando se encuentra con algo negativo, contamina su interior y bajón.

Tenemos que ser faros y no aspiradoras, que van modulándose y contaminándose en función de las circunstancias externas. El faro es capaz de mantener ese centro.

La respiración es un buen indicador de nuestra conexión con el presente. Como digo la respiración es una buena herramienta, ya que la vida sólo ocurre en el presente. El pasado son recuerdos y el futuro está por venir. La energía vital sólo está aquí y la respiración sólo se puede tener en el presente. Uno no puede respirar ni en el pasado, ni en el futuro.

Si uno se centra en su respiración, si uno apaga el ruido mental, centrándose en su respiración, es capaz de sentir esas cosas. Eso se llama meditación, o como sea.

Hay gente que es capaz, sin necesidad de hacer esos ejercicios, esas prácticas (hay muchas formas de meditación), de vivirlo de una manera natural, de vivir intensamente el presente, de no estar aquí queriendo estar allí. Ese es el gran problema. Estamos permanentemente desajustados, queriendo estar allí cuando estamos aquí. Estamos desayunando y, en lugar de estar disfrutando del desayuno, estamos pensando en lo que vamos a hacer. Estamos hablando con una persona y en lugar de estar generando una comunicación empática, enriquecedora, muchas veces nos estamos yendo, y es más, estamos enjuiciando (y hablaré de los juicios).

Quiero hablar de la comunicación que para mí, en el terreno personal o en el de la política, es básico.

A mí me molesta, me resulta incómodo, el modelo de comunicación competitiva que se ha generado en la sociedad, pero sobre todo en política, donde uno está, no intentando enriquecerse con las aportaciones de los demás, sino uno aplica un filtro selectivo escuchando a su interlocutor a través de ese esquema egocéntrico para rebatir. Por tanto, no está enriqueciéndose con toda la información y con toda la presencia del otro, sino que está continuamente enjuiciando, en función de su filtro mental, para rebatir, porque si no rebate y si lo acepta todo, pierde, es vulnerable.

Es tremendo que tengamos que estar generando actitudes defensivas, de ataque y defensa, porque la sociedad nos ha dicho que, o somos competitivos y ganamos ese diálogo, ese debate, o si reconocemos demasiadas cosas al adversario, supuestamente (muy mal lo de adversario, sino al otro ser humano, que es parte de nosotros también), pues estamos debilitados, estamos claudicando y no estamos siendo eficaces, no sólo en términos de comunicación política, sino también en términos de comunicación personal.

Todo lo referenciamos en función de nuestro territorio mental y de nuestro escenario imaginario, de nuestras proyecciones mentales, y todo lo que no se ajusta y se adapta perfectamente, genera una reacción y actuamos de forma reactiva, y no estamos conectados desde nuestro centro con la otra persona, escuchándola, sintiendo su presencia y no juzgando lo que dice. Escucharla en el sentido de acompañarla, estar presente, en una actitud de escucha activa, amorosa y consciente y lo demás va saliendo de manera natural, porque se va retroalimentando.

Entre las adicciones a las que me refería, hay una fundamental, que es la aprobación de los demás. Estamos apegados a cosas, a creencias pero, sobre todo, queremos ser aceptados socialmente. Y por este motivo, hacemos lo que sea muchas veces y vamos dando bandazos en la vida porque, en definitiva, lo que no queremos es sentirnos marginados ni excluidos, porque necesitamos un cierto nivel de integración y de acogimiento social.

Pero la libertad incluye la posibilidad de la soledad, aunque yo creo que no es así, cuando uno es coherente y actúa desde el corazón y desde el amor, no se queda solo. Pero hay que ser valiente y a veces estar dispuesto a romper con cosas, o personas, es verdad, y cuando uno llega a un umbral insoportable de contradicción, a lo mejor hay que dar ese salto y salirse de esta dinámica de dependencia que te impide actuar para no sentirte excluido, sino vamos a seguir perpetuando los mecanismos de siempre buscando la aprobación social sistemática por no tener la valentía de romper. Romper con tranquilidad, sin rencor ni odio, con serenidad, con no violencia, actuando desde dentro y no reaccionando.

Además nos pasamos la vida juzgando y eso también es una actividad de ruido mental. Eso está bien, se ajusta al territorio de mi ego, a mis ideas, a mi personalidad, a mi yo ilusorio,… Esto está mal, por tanto pone en peligro mi identidad, mi falsa identidad,… y juzgamos, y el juicio es algo que también nos puede confundir a la hora de decidir. Las consecuencias que atribuimos a nuestros juicios también dependen de múltiples circunstancias.

Hay un cuento oriental, cortito, que es muy ilustrativo para entender esto. Trata de un campesino oriental que tiene un caballo y se le escapa una noche (seguramente lo habréis escuchado, porque es bastante conocido), y los vecinos le dicen: «qué pena se te ha perdido el caballo, se te ha ido y te has quedado sin él». El campesino, que era sabio, les responde: «puede que si, puede que no». A la mañana siguiente vuelve el caballo con otros dos, y los vecinos le comentan: «qué suerte has tenido, tu caballo ha traído 2 caballos más y ahora tienes 3». El campesino piensa y les contesta: «puede que si, puede que no». El hijo del campesino, intenta domar a uno de esos caballos salvajes que había traído su caballo y, en ese ejercicio de doma, se rompe una pierna, y llegan los vecinos y le dicen: «qué mala suerte ha tenido tu hijo», y él responde: «puede que si, puede que no». Al día siguiente llegan el ejército para reclutar a los jóvenes para irse a la guerra y el joven se libra de ir porque tenía la pierna rota. «Que suerte ha tenido tu hijo», le comenta el vecindario; «puede que si, puede que no», contesta el campesino.

Por eso, las cosas no son siempre como parecen. Juzgar es muy atrevido, porque dependen de una cantidad tan impresionante de circunstancias. Uno no sabe, al final, si lo que está ocurriendo es bueno o es malo; si se está cerrando una puerta y se está abriendo una ventana. El campo de posibilidades vitales es tan enorme que es muy difícil ser capaces de decir si eso es bueno o es malo, referido a una cosa concreta. Otra cosa son los principios generales, claro que sí, pero el resultado concreto de una acción, nunca se sabe si va a ser bueno o va a ser malo al final. En todo caso, no tenemos que aferrarnos de una forma compulsiva a una idea preconcebida que tenemos de lo que queremos que sea esto, porque a lo mejor resulta que es mejor que sea de la otra manera. Nos pasa muchas veces que nos aferramos a algo y luego reconocemos que no está tan mal y, mira por donde nos ha servido para otras cosas o para reorientar nuestra vida, etc.

El ego como os decía, no es únicamente individual, también hay uno colectivo (las naciones, los países), que generan identificaciones colectivas que se afirman frente a los demás y que también están actuando desde los patrones del ego.

Todos tenemos en nuestra mente, palabras como independencia,… Yo prefiero pasar o transitar de la independencia a la interdependencia. Me gusta más. Me parece que la riqueza cultural, la diversidad, es esencial, como cuando os decía que somos una ola única e irrepetible. No podemos uniformizarnos, no podemos, a golpe de decreto hacer que desaparezca el cromatismo del mundo, que es lo que permite que la vida se exprese con esa armonía. Claro que sí, toda la diversidad del mundo, porque eso es riqueza. Pero a partir de ahí, esa diversidad no tiene que servir para afirmarse frente a los demás, sino precisamente para crecer con los demás. Por eso también existen mecanismos egocéntricos en lo colectivo, no sólo en lo individual, que se reproducen de la misma manera, pero en lugar de ser una persona, son un millón o 2 o 20 millones, que se aferran a una idea con la que se identifican y, que si se ven amenazados, reaccionan también de la misma manera que reacciona el ego cuando se ve amenazado en su territorio individual.

Por eso, esa idea de crecer con los demás es mucho más interesante que afirmarse o que luchar contra los demás, porque yo creo que eso es al final de lo que se trata, de crecer todos juntos, de que nadie se quede tirado en la cuneta. Y todo esto en términos prácticos, ¿cómo se hace? ¿Cómo hacemos para salirnos del ego, debilitarlo y entrar en esa conciencia más holística, más integral.

El ego se refuerza y se atrinchera (es un pequeño resumen de algunas cosas que he contado) cuando vive en el pasado, cuando se identifica con los recuerdos y cuando quiere seguir viviendo en los recuerdos.

Cuando vive en el futuro, de expectativas, cuando tiene miedo a perder algo con lo que se ha identificado y que cree que es permanente; cuando se ha identificado con algo que ni siquiera tiene, pero de lo que se apropiado anticipadamente (que es la expectativa) . Si se refuerza en el pasado y en el futuro, ¿cómo se debilita el ego? Viviendo en el presente, aquí y ahora. Y ¿cómo se vive en el presente?

Otra de las maneras de reforzar el ego es vivir en los pensamientos. Y con esto no quiero descalificar el pensamiento, no. El pensamiento funcional, operativo, práctico, instrumental, vale, pero no permito que me invadan, que me golpeen, que me colonicen los pensamientos, porque nuestro cerebro es un motor de producción automática incesante de pensamientos, y si dejamos que se nos apoderen, que nos invadan, esos pensamientos nos llevaran hacia derroteros muy complicados.

No controlamos nuestra vida, los pensamientos nos controlan, nos invaden, nos golpean, nos llevan de aquí para allá . Los meditadores hablan de la mente de mono, de la mente que va saltando, porque son los pensamientos los que te invaden, los que te colonizan, los que te van llevando de un sitio para otro, como una barca a la deriva. Tenemos que recuperar el centro de la barca y recuperar la estabilidad. Y ¿cómo se hace? Pues se hace precisamente saliéndonos de esos pensamientos neuróticos, repetitivos, circulares, que generan sufrimiento. El pensamiento funcional ha sido muy útil para dar un salto cualitativo en la humanidad. Claro que la ciencia sirve, cuando me enfoco para resolver este problema concreto, hago esto, pienso así …

El pensamiento útil sirve para eso: para hacer tu agenda, ordenar tus acciones, para hacer cálculo, para investigar este tema, etc., pero yo mismo controlo mi pensamiento y mi proceso mental, y digo ahora voy a pensar en esto desde el presente, no estoy a merced de lo que es el pensamiento invasivo que me va llevando de un sitio a otro y me va haciendo zozobrar y angustiarme, con sufrimiento, cuando mis identificaciones y mis creencias no se ven reproducidas en la realidad sufriendo por algo que ya ha pasado o que aún no ha ocurrido.

Einstein tenía una gran fe en la intuición. Sus descubrimientos los descubrió más que por el agotamiento reflexivo, por chispas mentales que aparecen en un campo intuitivo. Y él hablaba mucho de eso.

El ego se refuerza viviendo en el pensamiento, viviendo en los juicios, que no son necesariamente útiles, sino que son pensamientos y juicios circulares o simplemente son etiquetas, categorías que vamos poniendo a todo en la vida. Y al final percibimos las cosas en función de categorías y de etiquetas, no en función de lo que son, cuando vemos una flor activamos el concepto flor que tenemos interiorizado y nos perdemos gran parte de la esencia de la flor que tenemos delante de nosotros, actuamos en función de estereotipos mentales . Cuando vivimos mucho desde los conceptos, desde lo mental, nos perdemos la esencia de la vida: las fragancias, las tonalidades, los olores, los colores, las sensaciones, etc. porque nos hemos acostumbrado a etiquetarlo todo y a ponerlo todo en categorías y nos perdemos el cromatismo experiencial que tiene la vida.

Por eso, el ego se refuerza viviendo en el pensamiento y el juicio y se debilita viviendo en la experiencia. Se refuerza en el pasado y en el futuro y se debilita en el presente. Se refuerza en la identificación compulsiva con esto o aquello, quiero conseguir…, con la resistencia (me resisto a lo que está pasando, pero si está pasando, no te puedes resistir, está pasando) … A veces pienso: pero que tonto eres, Juan, toda la vida cabreándote por cosas que te pasan; pero si ya han pasado, que sentido tiene el derroche de energía vital que empleas en enfadarte por cosas que no tienen solución porque ya han pasado; con lo cual lo único que puedes hacer es abrirte a esa experiencia, aceptando lo que ya ha pasado, y sólo desde la aceptación no lo cronificas en sufrimiento, porque si además te resistes, si al dolor físico de un dedo le añades la resistencia al dolor, es doble dolor. Además, cuando uno no se resiste a un dolor, lo acepta, se abre al momento, tiene menos dolor que si además se resiste al dolor. Pues así en todos los campos. Y ¿cómo se debilita? Con la aceptación, aceptando lo que ya es y por tanto siendo capaz de soltar

Todas las experiencias de la vida van a dejar un poso en nosotros, nos van a enriquecer: todas las personas que han pasado por nuestra vida, todas las experiencias, las cosas, claro que sí. Y eso genera ese poso, esa identidad propia que también va cambiando y evolucionando. Eso es lo que tenemos que aceptar, que enriquecernos con eso. Pero no tenemos que empeñarnos en retener lo que ya pasó, y demasiadas veces nos empeñamos en retener cosas que ya han pasado, que no forman parte de nuestra vida, que ya están muertas y nos empeñamos en mantenerlas. Y eso en todos los ámbitos de las relaciones personales, laborales, en todos.

Hay que saber soltar, cuando algo ya no forma parte de tu vida, porque ya ha pasado, porque ya ha tenido su proceso de impermanencia; y hay cosas que duran más, hay cosas que se reinventan, que se reconvierten, hay cosas que pueden seguir mucho tiempo, toda la vida contigo, claro que sí. Pero no podemos empeñarnos en mantener cosas que ya no están, que ya no tienen vida en nosotros. Pero nos empeñamos en estar apegados a esos recuerdos, a esa incapacidad de soltar y en vivir siempre desde la resistencia.

Terminaré diciendo que esto yo lo consigo con la meditación, pero hay otras formas de hacerlo. En el ámbito práctico, en el ámbito social, lo consigo (bueno, es un poco pretencioso), no lo consigo, lo intento, lo intento.

Pero es verdad que ese trabajo de años, al final, te da un cierto resultado, una cierta estabilidad, un cierto centro de paz, una cierta ecuanimidad, una cierta capacidad de observación de la realidad en lugar de estar absolutamente implicado, involucrado en todo, como si te fuera la vida en todo, viéndote arrastrado de un sitio a otro, porque vives de manera compulsiva identificado con lo que es tu territorio de apegos. Pero el desapego no es indiferencia, al contrario. La gente cree que lo que se plantea ahí es indiferencia, es resignación,… No, no, uno es mucho más útil en la vida cuando mantiene un centro de ecuanimidad y de paz, porque puede dar muchas más respuestas, mucho más útiles y eficaces que si se ve arrastrado emocionalmente porque está muy implicado hacia un sitio o hacia otro. Y eso no es perder capacidad de sensibilidad, al contrario, es aumentarla, porque uno aumenta esta capacidad cuando es empático, cuando acepta, cuando ve, cuando siente, pero cuando es capaz, a pesar de todo eso, de mantener un nivel de ecuanimidad y de respuesta eficiente porque tiene los medios: (estabilidad emocional, claridad mental, etc.) para dar respuestas eficaces. De nada serviría, en un momento trágico, un médico que hubiera perdido en una tragedia los papeles, se hubiera visto desbordado, arrastrado emocionalmente, hundido. De nada serviría, sería una persona muy implicada, muy afectada, pero desde el ámbito de su respuesta social, personal e individual sería mucho más útil, evidentemente, si es capaz de mantener ese nivel de ecuanimidad y de serenidad.

Pero también actuamos desde el ego en muchos otros ámbitos de la vida. Lo hacemos, por ejemplo, cuando depredamos los recursos naturales, cuando contaminamos una parte del planeta o de la sociedad,… porque la idea de ego es aquella que dice que todo está interconectado. Y cuando uno cree que es capaz de generar un búnker en su espacio, en el mundo moderno, en el mundo rico y puede contaminar o condenar a la pobreza a una parte grandísima del planeta o contaminar una parte del planeta creyendo que no va a haber un efecto respuesta, se equivoca, la interdependencia funciona también ahí.

Uno también actúa de manera egocéntrica cuando defiende sus argumentos de una manera compulsiva y se aferra a ellos, porque puede tener derivas autoritarias cuando hay un grado de identificación muy grande. Y las ideologías, y también hay seguramente una crítica (siempre he defendido la necesidad de la ideología, del debate ideológico, como construcción de ideas), pero la identificación excesiva, compulsiva con la ideología puede tener resultados muy complicados en términos autoritarios, de imposición, porque uno se identifica demasiado.

Hemos visto como Hitler ganó las elecciones a través de un proceso y un proyecto basado en el odio y el rencor y a través de ideologías tóxicas y destructivas, con un grado de identificación tremendo y enfermizo; y hemos visto como personas como Gandhi eran capaces de vencer a un gran imperio a través de las prácticas de la no violencia, de la aceptación, de la empatía, de la resistencia pasiva, que es la aceptación, en definitiva, que no es la claudicación, que no es la indiferencia, pero es esa otra manera de entender la vida, con lo cual se puede tener también respuestas desde la interdependencia.

La idea de estancamiento es una idea importante también. Cuando todo se estanca, cuando el agua se estanca, cuando se producen bloqueos en un río o en una arteria, al final acaba estallando, con lo cual eso se contrarresta con la idea de fluir.

La naturaleza nos dice cosas a las que hay que hacer caso, conectarnos con esas leyes naturales: todo es impermanente, todo es interdependiente, todo fluye o todo debe fluir… y si no es así, hay inundaciones, hay infartos,…

También en el terreno de la riqueza es lo mismo. Cuando se acumula demasiada riqueza por parte de poca gente, hay un nivel de concentración y de estancamiento que tampoco tiene una conexión con lo que es un estado armónico y fluido, de lo que es la relación del dinero, de la distribución.

El taoísmo en eso es muy perspicaz. Se basa mucho en intentar interpretar la vida desde las leyes que nos da la naturaleza. La idea de la no acción, en el taoísmo, el wuwei. La cantidad de derroche de energía que se hace porque somos hiperactivos. Derrochamos mucho en términos energéticos y ecológicos en el mundo, pero también por nuestra actividad personal muchas veces hiperactiva. También ahí tenemos que saber actuar en el momento en el que hay que actuar y conectado con esas leyes naturales que hagan que no intentemos forzar o forcejear la realidad cuando no está dispuesta a manifestarse. La realidad necesita un punto de maduración para manifestarse, cualquier proceso, cualquier cosa. Para conocerlo hay que saber estar conectado con ese momento, con ese proceso, no desde el ego que quiere a toda costa conseguir algo rápido y forzando la realidad, forzando la naturaleza de las cosas. Tenemos que tener la capacidad de fluir con la energía del mundo, con los procesos biológicos, con los procesos ambientales, en definitiva, actuar armónicamente con todo este proceso.

Por eso, la actuación desde una conciencia expandida e inclusiva, también tiene repercusión en el campo social, en el campo económico, en el campo medioambiental, en el campo de la paz, como no, en el de la paz, de manera fundamental. Y por eso, es tan importante posibilitar ese salto cuántico, ese salto de conciencia, de la vieja, anacrónica, visión engañosa basada en el ego, a esa visión que todo lo incluye, porque nos incluye a nosotros y que nos hace sentir vivos, porque formamos parte del todo.

Y todo eso, en términos de experiencia para aquellos que no tienen esa capacidad, como yo, de manera innata para actuar desde la aceptación, desde el soltar, desde el fluir,… se puede trabajar. Yo lo trabajo desde la meditación, que sería salirse del pensamiento a través de la atención en la respiración, experimentar la creación, aquí y ahora, aquietar la mente, silenciar el ruido mental, el pensamiento automático ya no coloniza tu mente y te abres a la experiencia de las sensaciones, dejas que la inteligencia intuitiva brote, sintonizas tu acción con ella, te sueltas, te abandonas sin resistencias, actúas, confías… Y normalmente las cosas salen bien.

Muchas gracias.