XXII FORO GRUPO DE TRABAJO Nº 2

FÁTIMA PERELLÓ TOMÁS

El aumento de las fracturas sociales

FÁTIMA PERELLÓ TOMÁS COORDINADORA

Habitamos un mundo en el que las élites globales están impulsando novedosas estrategias de dominación que consolidan una ampliación creciente de las desigualdades y de las fracturas sociales entre el conjunto de la población y, simultáneamente, una concentración exponencial de la riqueza mundial en sus manos. Las cifras son persistentes. Según el Global Wealth Report de 2015, elaborado por Credit Suisse, el 71% de la población mundial posee sólo el 3% de la riqueza mundial, mientras que el 0,7% de los más ricos del planeta acaparan en sus manos el 45%. En conjunto, el 8% de las personas más ricas del planeta atesoran el 85% de la riqueza global. En 2016 estas tendencias se acentuaron, tanto en el nivel mundial como en el europeo. Recientemente, Oxfam Intermón en Una economía para el 99%, ha denunciado el hecho de que tan sólo ocho personas del planeta, ocho hombres, disfrutan de la misma cantidad de riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, 3.600 millones de personas. Si esta brecha de riqueza se mantiene, es muy probable que en un par de décadas un único millardario pueda permitirse el lujo de dilapidar un millón de dólares al día durante más de 2.000 años. Las élites, desde su estratosfera, transitando la vida con las luces cortas y empeñadas en consolidar políticas económicas neoliberales que acrecientan la desigualdad y la inseguridad, nos conducen hacia un futuro alejado de la cohesión y la inclusión social.

Las fracturas sociales, desigualdades institucionalizadas, se multiplican y superponen. Brecha en la distribución de la renta y de la riqueza, brecha entre trabajadores estables y trabajadores precarizados, brecha en el acceso a la educación, brecha residencial, brecha digital, brecha generacional y de género, brecha entre las distintas clases sociales y en el seno de una misma clase social… La nuevas fracturas sociales conforman un bucle de retroalimentación compleja que nos abocan a un futuro incierto de inestabilidad cronificada. Son las consecuencias directas de una larga gestación que culminó, hace ya más de treinta años, en lo que se ha venido en llamar la Gran Regresión Neoliberal (Susan George), la Gran Divergencia (Paul Krugman) o la Gran Ruptura (Antonio Garreton). ¿Qué tienen en común estos términos? El desvelamiento de una crisis estructural de considerables dimensiones que debemos afrontar sin demora. El sistema socioeconómico y político mundial dominante hace tiempo que abandonó cualquier tipo de interés por lo público, lo común, la cohesión social, la redistribución equitativa de los recursos o la justicia social. Los consensos sociopolíticos posteriores a la Segunda Gran Guerra Mundial han saltado por los aires, los mercados y la especulación financiera global marcan las agendas políticas de los gobiernos y los estados han dejado de velar por el bien común. La Gran Recesión de 2008 ha evidenciado con gran precisión este proceso: una minoría opulenta, ávida consumidora de bienes y de experiencias de riesgo, centrada en el corto plazo y siempre dispuesta a desentenderse de las consecuencias de sus acciones, reclamó una cantidad desorbitada de recursos públicos a los estados para rescatar a las entidades que ella misma había llevado a la quiebra. Y cuando lo consiguió, demandó políticas de ajuste y recortes sociales para el conjunto de la ciudadanía. Las élites neoliberales presionan para liberalizar y privatizar sectores económicos estratégicos públicos y dejan en manos del Estado lo que no es rentable. En este contexto, la demanda por parte de las élites transnacionales de una mayor reducción del Estado, y muy especialmente del Estado Social, parece una ironía histórica que descuida conscientemente las implicaciones sociales que genera. La creciente desigualdad social y el aumento de las fracturas sociales alimentan la desconfianza e incrementan la fragilidad de los vínculos humanos.

La nuevas fracturas sociales se inscriben en un renovado régimen de dominación por parte de las élites económicas, políticas y culturales que operan en el espacio de los flujos transnacionales. Las metáforas se suceden para nombrar esta nueva topología del poder. Capitalismo flexible e impaciente (Richard Sennett), Modernidad líquida y vulnerabilidad (Zigmunt Bauman), Nuevo Orden Caníbal (Jean Ziegler), Brutalidad global y expulsiones (Saskia Sassen), Espectros del capitalismo (Arundhati Roy), Sociedad del riesgo y libertades precarias (Elisabeth Beck – Gernsheim), Secesión de los ricos (Antonio Ariño y Juan Romero). Todas ellas, a pesar de las diferencias analíticas en las que se apoyan, evocan de inmediato una imagen: algo ha cambiado radicalmente. Asistimos, entre la perplejidad y la incertidumbre, a la constatación de la consolidación de un doble proceso complementario y divergente: por un lado, el de la secesión de los ricos, su desconexión con los territorios y las comunidades humanas en las que se inscriben las políticas económicas y asociales que impulsan; por otro, el de la precarización de las clases trabajadoras y su expulsión de los mercados de trabajo estables, de las redes de protección social públicas y universales, del sistema educativo y satinarlo, del acceso a una vivienda digna y a los derechos de ciudadanía.

Estas dos estrategias se refuerzan mutuamente y se legitiman mediante un relato hegemónico neoliberal que se presenta como la única alternativa posible frente a cualquier crisis: más austeridad y recortes por parte de los estados, más desregulación de los intercambios financieros y comerciales globales, más privatización de los sectores públicos. A las élites, de momento, no parece preocuparles demasiado que sus ideas y políticas económicas no creen empleo de calidad, que no permitan reducir las nuevas fracturas sociales o que no favorezcan el incremento de la cohesión social. A todos los demás sí nos importa. De ahí la urgencia de superar una indignación social fragmentada y esporádica, de elaborar alternativas políticas redistributivas consistentes y nuevos relatos discursivos que quiebren la hegemonía ideológica del neoliberalismo. Los retos son grandes. ¿Por dónde empezar? ¿Por unas nuevas prácticas de consumo consciente que no retroalimenten la explotación de los más pobres del mundo? ¿Por la defensa de políticas locales y reglamentaciones internacionales que instauren definitivamente una renta básica universal? ¿Por el empeño en que desaparezcan los paraísos fiscales y la ingeniería financiera que permiten que quienes más tienen menos impuestos tributen? Las personas asistentes al XXII Foro de la Fundación Hugo Zárate, y que este año se presentó bajo el título Populismos en Europa, sí llegamos a un punto de consenso: las luchas son múltiples y variadas, pero confluyen en la esperanza de tejer alianzas por la solidaridad, en el anhelo de articular prácticas ciudadanas que nos unan en vínculos perdurables centrados en la recuperación colectiva de una vida digna de ser vivida.